Destinados a Aprender
¿Para que han ocurrido en nuestro planeta tantos y tantos sucesos?, ¿cual es el fin último de los acontecimientos que nosotros habitantes del siglo XXI miramos como una estela debajo de nuestros pasos en el tiempo? Estas son cuestiones trascendentales ante las cuales he de confesar mi ignorancia e incapacidad. Sin embargo, desde las páginas de la historia hay muchos ojos que observan, muchas voces que esperan su instantes para hablarnos, independientemente de que las queramos escuchar o de lo que pensemos acerca de ellas.
El adagio reza que nadie aprende en cabeza ajena, que las historias que han pasado no tienen que ver con lo que hacemos, no obstante, esos gritos, esas palabras, esos hechos y esa sangre van nutriendo como un humos el devenir de nuestros pasos y como en ciclos vitales vamos enfrentando generación tras generación similares circunstancias y la mínima lógica nos lleva a mirar la forma en que otros que nos han precedido han enfrentado esas circunstancias que nos son similares.
A fines de la Segunda Guerra Mundial ese sentimiento de impotencia, de haber despertado de una pesadilla de locura, muerte y decepción era el común denominador del pensamiento universal, obras de la época hablan de una suerte de doctrina fatalista según la cual no hay un escape posible para nuestra propia condición, que no hay otro remedio que repetir los mismos errores una y otra vez a lo largo de generaciones.
Y si los años posteriores nos han mostrado evidentes progresos técnicos es igualmente claro que el ámbito social no ha visto un progreso proporcional, sociedades enteras se enfrentan de nuevo a problemas que aquejaron a pueblos pretéritos, Al ver esto se reaviva esa visión según la cual necesariamente hemos de atravesar los mismos errores para sentir en carne propia la lección que la historia nos tenía reservada. Cuando hablamos de nazismo, de comunismo soviético, de Pol Pot, etc. esas palabras se pierden en el tiempo, siendo relegadas a la categoría de extemporáneas, de añejas, de improbables. El no querer oír es la mayor barrera para escuchar lo que pudiera traernos de enseñanza el pasado, cerrar los ojos es la mejor forma de negar que lo que otros han vivido pudiera ser de ayuda en nuestra actual circunstancia.
La conducta del colectivo humano es una fuerza que va moldeando los caminos de la historia y quienes no las entiendan están destinados a ser desplazados por esas fuerzas, en otras palabras, tenemos a diario la opción de aprender a prevenir un devenir funesto basado en prácticas humanas o la de sufrir en carne propia esas dolorosísimas consecuencias que con frecuencia comportan la muerte, la sangre y la miseria para finalmente entender que una determinada decisión del pasado no debió tomarse.
Como colectivo escogemos, a través de la suma de los hechos individuales la historia que vamos a legar, la estela que nos habrá de representar, y esa suma de acciones anula toda disquisición individual, toda opinión docta o errada se ve sometida a la acción de las grandes masas. En ocasiones al escoger la vía de aprender por el camino de los traumas y el dolor nos plegamos a sentir en carne viva unas consecuencias que nos han sido clara y reiteradamente advertidas, pero en las que por una u otra razón no hemos creído.
Así, sea cual fuera la forma que adoptemos ante la historia vamos a aprender, se nos ofrece, sin embargo, la oportunidad de escoger el método bajo el cual vamos a aprender. La decisión es siempre de cada uno. Ninguna opción social se consolida si no ha sido refrendada por la actuación de las mayorías, independientemente de las razones, válidas o no que subyazcan detrás de esas acciones.
No estamos condenados al fracaso, tenemos la capacidad de aprender de nuestro pasado, de dotar de esencia y significado esas vidas que nos han precedido y que en muchos casos han sido segadas por la violencia. Miramos el ayer para decidir y construir el mañana, no hacerlo es repetir errores viejos, permanecer anclados a un error continuo y constante que podría seguir significando la muerte y la vergüenza.