Combatir fuego con fuego.
La disconformidad surge en nuestras sociedades como un subproducto lógico de la organización y la imposición de reglas de convivencia, por lo demás necesarias. Sostengo que se trata de una consecuencia lógica en razón a que históricamente podemos comprobar como la sociedad humana ha sido sencillamente incapaz de proveer de felicidad al gran conglomerado de la población. Una aplicación sostenida de la lógica que actualmente prevalece en la sociedad ha generado como consecuencia el panorama de caos que nos circunda.
Problemas específicos como el deterioro de la ecología del planeta, la sobrepoblación, la distribución desigual de la riqueza, las guerras y el hambre son consecuencia directa de una lógica de vida en la que hemos nacido y a la que nos hemos acostumbrado, la gran depresión que sufre el hombre es causada por su mismo modo de erigirse en señor del planeta que habita. Considerando estas breves razones que expuestas en toda su vasta extensión bastarían para elaborar un largo tratado acerca del dolor y la infelicidad humanas, la disconformidad es una reacción casi natural del ser humano.
El lenguaje de la disconformidad es, a pesar de toda la variedad imaginativa de la raza humana, bastante estrecho: Terrorismo, dictaduras, protesta juvenil y callejera, etc. Al responder a este instinto de disidir de la lógica dominante la mayor parte de las veces la violencia ha servido como vehículo de las masas y los individuos. Ofuscado y obtuso, el humano exige una respuesta inmediata a su demanda, quizá por la cantidad de adrenalina segregada en estos acontecimientos se piensa que se están obteniendo resultados.
El gran acuerdo global se considera imposible y mientras se desgastan inútilmente fuerzas en promociones de un cambio deseado y en despliegue de fuerzas con las cuales acceder a la esfera de las decisiones, herramienta última con la cual moldear el destino, nuestros destinos. La realidad nos ha mostrado que estas fuerzas desatadas han servido sólo para lograr manifestaciones distintas de una misma realidad subyacente.
La actitud violenta es nuestro mayor enemigo, el cambio es necesario debido a que en las actuales circunstancias definitivamente no existe la felicidad, el bienestar para todos y la manifestación de esta felicidad es un anhelo muy viejo y fuerte en el humano. El incremento alarmante de los índices delictivos es una muestra de cuan disconformes pueden llegar a estar algunos miembros de nuestra sociedad, hasta el extremo de asesinar por un par de zapatos.
Pero el problema es mucho mas amplio que la sola delincuencia, hay quienes están disconformes con la política, las decisiones gubernamentales o las reglas sociales o la forma como se manejan las situaciones en nuestra sociedad, y si bien no llegan al extremo del homicidio recurren a otras formas de violencia que no viene al caso mencionar, con la cuales hacen manifiesta su disconformidad.
El problema del manejo de las soluciones violentas es difícil, siempre es más fácil cultivar el odio y el rencor que el perdón, destruir que construir, no se puede pedir a las masas que se sacrifiquen por ideales que no conocen o comparten, que no sientan, que no se rebelen. Pero los caminos violentos destruyen nuestra naturaleza, mientras la sociedad nos sigue atosigando con sus largas dosis de injusticia y absurdez. Es imperativo que cada uno se encuentre a si mismo, que haga emerger la paz interior que sólo puede encontrar dentro de sí. El cambio global comienza en los núcleos de que se forma esa globalidad, en cada individuo.
Responder a la injusticia con violencia es aparentemente responder fuego con fuego, pero en el fondo es fuego que se adiciona a las llamas ya existentes para crear una hoguera cada vez mayor. Los enemigos globales del hombre manejan un tipo de violencia más sutil, más rebuscada y enmascarada. Si no logramos, por ejemplo, que las estaciones de televisión se alejen de la programación de violencia a la que nos han acostumbrado no servirá de nada continuar escribiendo a ese respecto artículos de prensa ni cartas a los editores. Si el gran dios es el dinero, hagamos caer de los pedestales estos falsos ídolos, sencillamente no compremos.