Constructores de Estructuras
Ningún sistema humano pensado para regir o regular la naturaleza de la actividad humana puede ser mejor que sus constituyentes. Con frecuencia quienes hacen los análisis sobre las causas del fracaso de determinados sistemas de gobierno o sobre las motivaciones de ciertas manifestaciones de maldad e inhumanidad en hombres o masas suelen pasar por alto esta limitación.
El significado de esta limitación es que, por más ideal y adecuado que nos parezca una tendencia determinada para regir los destinos de los hombres o para entenderlos, ella siempre estará supeditada a la visión que del propio hombre y su papel en el universo tiene el autor de la propuesta.
El líder que construye sobre su humanidad tiene mucha probabilidad de fracaso, mientras esté para sostener el sistema éste seguirá en pié, pero en cuanto muera, su obra lo hará con él. A veces, la sabiduría se asienta en la prudencia y la autolimitación, en comprender que no todos estamos llamados a iniciar, desarrollar y culminar una misión determinada sino que como en una carrera de relevos a cada uno de los constituyentes de la cadena le toca construir y mantener un eslabón que redunda en la fortaleza final de la cadena.
Cada uno de nuestros actos, de nuestra creaciones y de nuestros legados al mundo son un reflejo a escala de nuestra propia naturaleza vital. Nuestra vida, cuando la vemos como un tránsito entendemos que no es más que una etapa que abarca un período de tiempo que excede con creces el límite de nuestros años. Lo que hayamos sembrado es lo que nos sobrevivirá y lo que dejaremos para beneficio o perjuicio de la futuras generaciones.
Del mismo modo, cada una de las etapas de cambio y transformaciones en las que nos corresponda participar debemos apreciarlas desde una óptica distinta a del momento que vivimos, nuestros allegados pueden decirnos que en determinado momento estamos en nuestro apogeo, que todas las circunstancias nos favorecen, podemos hacernos ver a nosotros mismos como trascendientes del espacio y el tiempo. Y sin embargo, estamos equivocados, siempre al cruzar la esquina nos estarán esperando las consecuencias de cada uno de nuestros actos de ahora.
Efectivamente trascendemos, pero al aplicar nuestra inteligencia en aprender que nuestro destino es un ahora cuya sombra nos ha de arropar, entendiendo que lo que construyamos debe sobrevivirnos para que tenga sentido. Y debe por tanto sobrepasar nuestra propia esencia y nuestro propio tiempo.
La lucha por vivir, debe centrarse en el hombre, en la vida, cualquier otra intención es vana. Construimos armas y vamos a la guerra porque hemos colocado a nuestras razones por encima de nuestras vidas. Oímos hablar de aquellos que han muerto por sus ideales, y los consideramos inclusive héroes y no obstante, parecemos no reparar en que muchas de esas muertes ocurrieron en vano y hasta voluntariamente con lo que contradicen la protección de una vida que dicen defender. Vamos a través de nuestras circunstancias, definitivamente faltos de una gran motivación que nos ilumine, y constantemente aceleramos el paso de nuestra marcha para no ver, al sufrido, al caído, a quien nos llama y nos espera, vamos en pos de nuestras metas pequeñas e inmediatas. Refinamos los mecanismos de destrucción para mantener un negocio que se basa en la muerte y la mutilación, en esparcir del dolor y la agonía con saña desmesurada.
Vamos definitivamente construyendo estructuras en las cuales vivir y cobijarnos no sólo física sino emocionalmente, y hacemos bellas justificaciones para nuestros ojos y los de nuestros semejantes pero que a los ojos de Dios son las mismas injusticias que cometemos desde hace siglos. Mientras nos justificamos ante nuestros ojos con la premisa de que es la estructura la que tiene la responsabilidad, continuando como si esas estructuras no fuesen hechura de nuestras manos.