El Circo


 

El cruento protectorado de Nerón puede utilizarse como límite algo confuso y burdo de lo que fue el inicio de la caída del imperio romano, en tal acontecimiento la podredumbre de la sociedad romana fue un elemento determinante, ese fenómeno social por el cual las multitudes comenzaron a experimentar con orgías y diversiones desenfrenadas que tuvieron su máxima expresión en la quema de cristianos vivos y que hizo temer a todo ciudadano por su cabeza fue el marco principal que permitió que aquella organización social sucumbiera bajo la espada de sus guerreros pueblos vecinos.

El imperio ya no existe, sin embargo me parecen muy precipitadas algunas observaciones optimistas según las cuales este tipo de conductas forma parte de un pasado de lejana barbarie que hemos superado ya con creces. Si nos acercamos a nuestro presente encontraremos el fanatismo religioso que durante la edad media llevó a numerosas personas a la hoguera por las más fútiles razones tras las que se escondían intereses particulares.

Tampoco el siglo XX se caracterizó por la cordura como lo dejamos de manifiesto en Treblinka o Nagasaki. Hay en todos estos casos una locura humana subyacente que nos ha acompañado en todos nuestros días, en todas las sociedades, todas en mayor o menor grado hemos compartido esa misma ansia por explorar los límites de nuestra razón para encontrar que terminamos habitando la locura absoluta.

Nuestra sociedad actual no es básicamente diferente a la Roma de la primera mitad del primer siglo, actualmente experimentamos con lo sublime y lo prohibido con la finalidad de obtener vanagloria, nos enfrascamos en tareas que consumen millones de horas, manos y esfuerzos pero cuyos frutos, o bien no son claros o son absurdos. El circo romano no existe, es cierto, mas ello es así porque ha trocado sus ropajes permaneciendo su esencia arropada bajo las nuevas tecnologías.

El mismo deseo de experimentar sensaciones más fuertes que llevó las orgías a las cortes de Roma es lo que impulsa a miles de turistas sexuales en nuestros días a pagar sumas enormes por viajes al extremo oriente, es ese mismo deseo es lo que paga la rentable industria de la prostitución infantil y de la pornografía en todo tipo de medio de transmisión de datos accesible hoy día.

La corrupción y degeneración de la condición humana han sido tan intensas y manifiestas en este siglo que las nuevas generaciones divagan sin un norte claro de valores que les sostengan, se han experimentado en distintas sociedades modelos de convivencia en las que se han echado por el suelo las restricciones de todo tipo. Rendimos un culto siniestro al dinero, y con la finalidad de obtenerlo sacrificamos cualquier cosa a nuestro alrededor o de nuestro entorno.

Bajo la premisa de obtener dividendos nos estamos autodestruyendo como personas, como seres que en cualquier rincón del planeta deben ser el reflejo de la máxima inteligencia y superioridad con relación al resto de los animales. En lugar de ello saboteamos el crecimiento intelectual y nos abañamos en orgías enloquecedoras de sangre y depravación, como en el viejo circo romano continuamos haciendo sacrificios al dios de moda, mientras algunos obtienen pingües beneficios de tales actividades.

Es tal el nivel de decadencia moral de nuestra civilización que los mensajes apocalípticos comienzan a cobrar una actualidad impresionante, y la pregunta de si puede continuar indefinidamente la sociedad bajo la misma égida se hace cada vez más contemporánea. Esta vorágine de locura y hartazgo comienza a reproducir con lamentable precisión al circo de Roma y de igual modo a la sociedad en que estaba enclavado.

Mas, si nos encontramos en medio de un circo ¿qué podemos hacer para entrar de nuevo en la cordura? Es necesaria la alegría y la fiesta, la celebración y la danza, pero no si ella significa la locura y denigración de nuestra condición de humanos.

En medio de este panorama es donde se hace preocupante la orientación de la población, cuyas masas continúan la danza frenética en torno a un eje invisible que las guía hacia un destino igualmente desconocido. El auge de la mafia, la drogadicción y el culto enloquecido a personalidades son denominadores comunes a toda comunidad del planeta, pero en todo ello falta una intención, tal como el espectáculo que careció de razones, reglas o justificaciones que no fueran la de distraer a las masas para que no se ocuparan de los asuntos de palacio o estado, hoy día esta locura de sociedad no tiene más justificación o explicación, sólo una terrible consecuencia en la degradación de nuestros hijos.

 

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