El Ciudadano
Cuando Pablo de Tarso cambia su posición de perseguidor de cristianos a defensor y propulsor acérrimo de la nueva doctrina, las autoridades del imperio comenzaron a perseguirlo y a combatirlo con la misma ferocidad con la que él demostró contra los cristianos antes de su conversión. Como enemigo del régimen logró esconderse y continuar su prédica clandestina hasta que las autoridades lo capturan y finalmente es ejecutado en Roma.
Una de las razones por las que Pablo era una buena semilla de apóstol es que era ciudadano romano, condición que le investía de derechos dentro del imperio y que Pablo utilizó hábilmente para proclamar y defender la fe cristiana. A Pablo se le captura en una provincia del imperio, de haberse tratado de un oriundo de estos lugares las legiones no hubiesen vacilado en ejecutarlo con un proceso simbólico y amañado como el que tuvo lugar con Nuestro Señor. Pero el sólo hecho de ser ciudadano romano evitaba a las autoridades tal cosa y Pablo tuvo un proceso en que pudo exponer sus razones para finalmente recibir la muerte, pero no mediante una ejecución vil, sino decapitado, como corresponde a un ciudadano romano.
Esta pequeña reseña me viene a la memoria debido a la relación que se ha establecido entre los Estados Unidos y otros países del mundo, especialmente América Latina, donde se ve a la primera nación como el centro y florón de la civilización occidental, demostrando una actitud manifiesto menosprecio hacia la propia valía. Este tipo de relaciones entre la metrópoli y sus posesiones no es por supuesto una novedad y fue en parte lo que permitió que el ciudadano romano poseyera como hemos acotado beneficios y privilegios.
Se ha dado el caso de que delincuentes que han cometido actos contra numerosas personas no han podido ser juzgados en el país en que tuvieron lugar los desfalcos, debido a los vicios propios de los mecanismos judiciales de estos países. Luego de escapar impunemente a la justicia y establecerse en los Estados Unidos con la intención de continuar sus fechorías, se hicieron solicitudes de extradición pero no procedieron. Hasta que el estafado fue un ciudadano de los Estados Unidos, la ley se aplicó entonces con todo el rigor del caso y el malhechor pudo ser puesto preso.
Cuando esto ocurrió, se aplaudió que se hiciera justicia, porque en los Estados Unidos la justicia si es real y efectiva, no como aquí donde cualquiera se burla impunemente de los demás. Allá si se pagan impuestos, si se castiga a los funcionarios públicos acusados de corrupción etc.
Este tipo de aplauso a la cultura de este país dice mucho de como nos vemos, o para hablar con propiedad, de cómo no nos vemos, porque quienes forman un país son sus ciudadanos, y si algo anda mal aquí es por culpa exclusiva de sus cuidadanos, supongo que es sumamente duro reconocer que el hijo que hemos gestado, criado y educado no es el dechado de virtudes que desearíamos y en lugar de corregirlo ya, le decimos ¿por qué no eres como fulano?, él si se porta bien. Tal vez resulta razonable el que no se quiera ver la propia culpa, el que se alimente el desprecio por la propia naturaleza, pero el mirar a los demás con ese dejo de envidia no constituye una solución al problema.
Somos lo que pensamos, y por ello tienen razón quienes sostienen que hemos tenido los gobernantes que nos merecemos, porque si no les hemos exigido cómo vamos a quejarnos, si hemos criado a personas de primera, de segunda y hasta de la enésima categoría. ¿Donde quedaron los tiempos en que el hombre se sentía orgulloso de ser pobre pero honrado?, y no lo pregunto con visos de añoranzas por tiempos idos sino con la convicción de que traemos a cuestas un gran vacío que hemos sido incapaces de llenar, un vacío que no queremos ver. Y lo peor es que para no verlo nos hemos sumido en una desidia y abulia absoluta en torno a lo que somos, a los que deberían ser nuestros baluartes y fortalezas.
Hemos aprendido a no sentirnos protagonistas de nuestra historia, partícipes de nuestros destinos, esclavos de nuestros adversos tiempos, en fin a no sentirnos ciudadanos sino serviles esclavos de categoría inferior, relegados del espectáculo y grandeza de la creación y su danza. Lo hemos arraigado tan bien que entonces renegamos de nuestras sangre mestiza y admiramos al coloso vecino como el paradigma de justicia orden y verdad.
Pero por más que se nos haya enseñado a aborrecer lo que somos, nuestra naturaleza, ella permanece allí, bajo la forma de la duda y el descontento que nos incita a buscar otras razones. Es esa rebeldía la que mejor encauzada nos llevará a otra concepción de nosotros y por ende a una nueva sociedad de la que si sintamos orgullo. Como dijo Pablo encadenado ante el rey Agripa: "Quiera Dios que por poco o por mucho, no sólo tu, sino todos los que hoy me escuchan llegaran a ser como yo, a excepción de estas cadenas."