El Error
El presidente Ruso Boris Yeltsin ha asistido al acto de sepelio de los restos del último zar de Rusia y su familia, el discurso pronunciado con motivo del acto deja constancia de la futilidad de la causa humana, lejos de la retórica, su palabra ha impactado a considerable número de personalidades, no se trata de una elaborada obra literaria, no son las apasionadas palabras de un Churchill ni las encendidas arengas de Hitler que llamaban a las masas a defender los ideales, claros, ciertos o no, de una nación, de un momento histórico.
Yeltsin llama a la reflexión acerca de la obra de ciertos hombres cuyos nombres nos son bien conocidos, quienes impusieron un régimen que prometía ser el equilibrio final entre todos los hombres, y es bien sabido que el imperio por ellos desarrollado no fue precisamente una manifestación de la gloria y plenitudes humanas. Como cualquier otro, éste régimen de gobierno se apoyó en la muerte de sus opositores y en la fortificación de un estado que mantuvo sobre sí todo el poder de decisión sobre los más variados aspectos de la vida de la nación.
El discurso no fue sin embargo una catilinaria en torno al régimen caído, tampoco es mi intención exacerbar esas acusaciones que en otro tiempo se hicieron tan frecuentes, porque como soslayé arriba, ese régimen fue igual a cualquier otro en tanto su vida se asentó sobre la muerte y la desolación, por cuanto pergeñó la desigualdad que decía abolir y por cuanto negó derechos a hombres y ciudadanos de toda índole. En ese aspecto no fue diferente de ningún sistema de gobierno que se haya ensayado como humanidad o como país en ningún lugar.
El propósito de la reflexión era dejar ver el odio con el que se dio inicio a la era comunista, mostrar al odio como el gran error humano y como causa fundamental del fracaso de tal sistema de gobierno. Cuando el odio toma el lugar de la razón la justicia se transforma en venganza y el crimen que se desea castigar queda reducido por la atrocidad con la que se le persigue y elimina. Un poco ese odio que es utilizado para construir la sociedad actual, es el ingrediente que ha degenerado en la realidad que tenemos, en el vacío existencial como seres humanos y como colectivo que nos ha estado acompañando desde hace décadas en nuestra historia.
Si el hombre no es transformado al amor los sistemas de gobierno se erigirán indefectiblemente sobre la muerte, sobre el dolor, si el hombre no es reconvenido al prójimo el futuro será de fastuosos avances en áreas del saber y el quehacer que no aportarán al corazón de los necesitados, que no saciarán sus hambres de materia y espíritu. No estamos condenados a repetir consecutivamente los errores de nuestros antepasados. Es deseable el no cometer errores, pero ellos son parte de nuestra naturaleza, y la única demostración de inteligencia que podemos hacer al respecto es aprender de las circunstancias que los produjeron y lo nefasto de sus consecuencias para identificar las formas de pensamiento y conducta que debemos evitar en el futuro.
Si alguna enseñanza nos debe dejar el siglo XX es que definitivamente el ser humano no puede ser comprimido a las frías maquinaciones de los sistemas de producción, somos seres de espíritus libres que tarde o temprano nos sublevaremos ante cualquier intento de mirarnos como el simple resultado de conductas de corrientes del pensamiento. El milenio nos despide cansados de haber escuchado sistemas filosóficos para vivir, hartos de palabras sin sentido que nos hablan de mejores realidades, es en definitiva la hora de detener el proceso de degeneración en el que navegamos a merced de las hechuras de nuestras manos.
Por eso quiero que ese sepelio tenga un significado, deseo que aprendamos de él que esos errores que llevaron a la muerte de muchos, a la desaparición de otros, al extremismo terrorista, a la intervención en la autodeterminación de los pueblos y en fin a toda la obra de injusticia que hemos visto en el siglo deben ser definitivamente dejados atrás para dar nacimiento a un nuevo poblador del orbe. Deseo que las llamas inviten a la inteligencia que llamen a la cordura de la vida nueva en la prevalezca el respeto a todos los seres humanos.
Quiera Dios que el deseo expresado en esas líneas signifique la vocación de los hombres por la paz, que si nos suena lejano o irrealizable refleje la intención de corazón de la humanidad y quede como muestra de que en el fondo aquellos pitagóricos estaban equivocados en sus verdades.