La Asociación
La existencia de trabas relacionadas con el desempeño de los distintos oficios me hace pensar en cuanta razón tenía Daniel al soñar una tierra libre de intereses y pasiones. Un retorno a una naturaleza perdida sostendrán algunos, la cúspide de toda la conducta humana afirmarán otros. Sin embargo, hasta para los más optimistas ese límite parece tan extraordinariamente lejano que preferimos aceptar la condición humana actual por muy dura que sea.
Con el ejercicio de los oficios ha sucedido que oscuras intenciones han perturbado el normal devenir de las reglas, el natural cauce de los acontecimientos para acomodarlos hacia el propio beneficio. La naturaleza de la asociación con fines de consecución del poder o de negociación ilícita es de vieja data y se relaciona con los puntos que han sido objeto de mi interés en cuanto se ha referido a la falta a las obligaciones morales de un o más hombres.
El establecimiento de una ventaja en las negociaciones, obtenciones de contratos, prebendas o de determinadas posiciones laborales o relativas al poder constituye una simple y clara violación a la honestidad, se la justificado bajo el argumento de que permite mantener un pleno conocimiento de los involucrados en el negocio u oficio, o sencillamente porque permite acceder a las esferas donde es posible hacerse de una fácil riqueza. Ambas razones y en realidad cualquier otra no son tesis sostenibles ante la verdad y puede demostrase fácilmente que causan más daño que beneficio al colectivo ya que no obviamente a quienes han sido favorecidos.
Este tipo de actitudes, ya que difícilmente se le puede tipificar como delito salvo en los casos más evidentes, permite el establecimiento de sociedades cerradas, de mecanismos de selección y clasificación de la población que finalmente van a generar la desigualdad y el desamor entre los diversos sectores. Genera la aparición de reglas y leyes subconjuntos de las leyes y reglas del país, con la consecuente formación de un estado independiente dentro de la nación lo cual rayará en la anarquía en el caso extremo.
Las motivaciones que llevan al establecimiento de estas fraternidades favorecedoras son obvias, sin embargo, me parece importante señalar que en el pasar de los años, los actuales beneficiarios de tales asociaciones han pasado por alto las consecuencias que trae a la sociedad sus conductas, a simple vista sólo se están lucrando más fácilmente o en mayor proporción de lo que permite la legalidad o la libre competencia, pero en el fondo, estas actividades alimentan un círculo vicioso que mantiene a los grupos menos favorecidos por la riqueza y el poder sumergidos en la situación en la que se encuentran. Esto ya fué observado, estudiado y descrito durante el siglo pasado por Marx, pero tras cien años de historia hemos podido comprobar que la puesta en práctica de sus ideales no satisfizo las necesidades del colectivo, no se pudo acabar con las asociaciones favorecedoras.
Del otro lado del telón de acero, la situación a este respecto no era diferente y hago la salvedad para enfatizar el hecho de que se trata de un fenómeno intrínseco a la naturaleza del hombre y no de las condiciones sociales o políticas que puede construir. Y es por tanto en el hombre y no en el colectivo donde debe ser atacado este problema, es difícil no recordar a los pitagóricos y su verdad mayor al observar nuestras sociedades. De hecho, ninguna de las alternativas y contravenciones al status quo que se han experimentado en la historia ha cristalizado en una opción real de bienestar.
Subsistimos a nuestro pesar mientras nuestros esfuerzos más afanosos están destinados a abolir la vida del semejante a privarle de sus libertades y derechos para construir nuestro beneficio personal. Y esto es algo que jamás constituirá una razón para hacer retroceder un milímetro del terreno ganado a los beneficiarios de los sistemas actuales, de hecho, (y es prudente hacer la salvedad) estas líneas no están destinadas a convencer a quienes de una u otra forma valiéndose de las ventajas que les otorga su posición dentro de la sociedad han inclinado las opciones para sus beneficios, no se trata de mostrarles a ellos las consecuencia de sus actos sino más bien de sembrar la duda de la forma como funcionamos como gentes.
Lo que me preocupa en el fondo, es el hombre, los hombres que hemos formado bajo nuestros propios puntos de vistas, como perdedores pasivos o triunfadores dominantes pero gentes al fin cuyas vidas vacías transcurren en medio de una algarabía que se presenta como excusa para olvidar en unos y para obnubilar en los otros. Pero en fin, sociedades donde no hay un objetivo claro y las veces que se ha hecho claro y definido no es precisamente el bienestar del prójimo la bandera que se ha enarbolado.
No pretendo, no obstante, arengar a las noveles generaciones a la desesperanza, el trazo de un límite lejano, pero bueno es siempre un aliciente que nos ha de recordar lo maltrecha de nuestra condición, lo inacabado de nuestras obras y pasos y el vago reflejo que somos ahora en relación a lo que queremos ser. A este respecto, la figura de un mesías, tenido como hombre perfecto y modelo a emular, viene a constituir el punto máximo contra el cual medir nuestro proceder, la meta que aunque inalcanzable, nos indica el camino para ascender en el propio conocimiento, en la propia constitución del hombre que queremos ser.