La Búsqueda
La capacidad humana de errar es un concepto que ha encontrado su lugar en el contexto del pensamiento contemporáneo. Poco a poco hemos aprendido a dejar a un lado los anhelos de gloria absoluta, aunque aún nos falte mucho para asimilar que tras nuestras capacidades se esconden las limitaciones que aún ostentamos y que sirven de marco, forma y basamento del sufrimiento humano. Somos capaces de soportarnos con las imperfecciones que dan lugar a los innumerables errores que acontecen en nuestra sociedad y en los que participamos con o sin intención.
Este ha sido un problema que hemos traído al lastre desde los orígenes de la civilización, nuestro sufrimiento personal y colectivo pareciera ser un elemento común a todas las civilizaciones y pueblos, al igual que los anhelos de grandeza y crecimiento han sido motivaciones que han impulsado a pueblos enteros no siempre hacia los fines más nobles, pero si con una misma humana ansiedad por ostentar la razón.
Si se hiciese una encuesta para saber lo más temido y lo más deseado por todos los humanos, de todas las latitudes, encontraríamos con seguridad al dolor y la felicidad en uno y otro respectivamente. El dolor ha tenido su lugar en la mayor parte de los sistemas de pensamiento que intenten explicar las motivaciones humanas, pareciera que el dolor es una parte indisoluble de la condición humana, una escuela de aprendizaje de la que nos vamos recuperando para construirnos como individuos sólidos y capaces.
Esta noción no es nueva en absoluto, pero aún no es un concepto especialmente arraigado en los intentos de explicar la función del dolor dentro de la humanidad, pretender que el dolor llena un vacío dentro del hombre es dignificarlo demasiado, no obstante la completa carencia de un lugar para el dolor dentro de nuestro esquema mental deja al edificio de nuestro conocimiento sin una de sus justificaciones más necesarias.
El error humano es a menudo una causa de dolor en mayor o menor grado, y en ese sentido, al ubicar al error dentro del contexto de la causalidad y explicaciones de la actividad humana situamos igualmente al dolor dentro de nuestro propio contexto, dentro de nuestra actividad y de nuestra sociedad, en ello hay dos problemas o limitantes a considerar: en primer término que la ubicación del error dentro del pensamiento no da al mismo una justificación aunque deje espacio abierto para la comprensión de la actividad humana dentro de las limitaciones que imponemos a la misma. En segundo lugar tenemos que la concepción del dolor como algo derivado de nuestra naturaleza nos queda velada, escondida.
No se puede pretender la justificación del error, no se puede, por aceptarlo como parte de nuestra naturaleza limitada, dejar que sus consecuencias nos lleven al derrotero de la amargura absoluta. Y en parte creo que esto es lo que ha estado ocurriendo en la contemporaneidad, que asistiendo al encumbramiento del error como una característica intrínseca del hombre, hemos permitido que cualquier forma de vida o pensamiento tome el lugar de objetivo básico y guía de nuestras vidas, lo que ha degenerado en mucho del caos y confusión que han caracterizado a nuestros tiempos.
Estos tiempos difíciles de llevar lo son en mucho porque nos sabemos limitados y torpes, pero nos hemos aceptado así, permitiendo que esta torpeza conduzca nuestras vidas, privándonos de las posibilidades infinitas de creación, de la visión de conjunto de los problemas que nos aquejan y embarcándonos en la posición egoísta de nuestra propia visión de un proceso determinado en lo que se ha convertido en la batalla por la razón. Lo que nos lleva al origen de un círculo vicioso que tiene su origen en un error.
En definitiva, está claro que no se trata de buscar el no errar, porque por nuestra propia naturaleza el problema nos es intrínseco, se trata de acercarnos cuanto más podamos al ideal equilibrado de un humano que se sabe débil, limitado y hasta con un error innato, pero que no acepta en sí ni en su actividad la mediocridad, sino que se halla en la búsqueda constante de su propia naturaleza, del entendimiento de su condición con la que podría a la larga apaciguarse y luego fraternizar con su hermano.