Ruanda


 

En Abril de 1994 nos estremecimos de sobremanera con lo que estaba sucediendo en el África central, Ruanda fue devastada por el asesinato en masa de medio millón de personas en menos de cuatro días y que continuó hasta llegar al millón de personas durante los días posteriores. Las etnias Hutu y Tutsi comenzaron a hacerse tristemente célebres a los ojos del mundo después de esa fecha debido a las rivalidades que los separan.

El resultado de esta masacre fue el nacimiento de una masa de más de un millón de refugiados de la etnia Hutu que abandonaron Ruanda de 26.338 Km2 y 7.750.000 habitantes para habitar la zona fronteriza con Zaire país más grande de 2.345.490 Km2 y 42.552.000 habitantes. Zaire ha estado gobernada desde 1963 por Mobutu Sese Seko quien ha basado el control del país en una poí’tica de soporte total a los efectivos del ejército. Mobutu viajó a Suiza en Agosto de 1996 para operarse de un cáncer y durante su ausencia las corruptas estructuras de gobierno han comenzado a derrumbarse por lo que las milicias de los países vecinos, Ruanda, Uganda y Burundi mayoritariamente Tutsis amenazan con ingresar a territorio zaireño para acabar físicamente con los refugiados. Muchos integrantes de la milicia zaireña inconformes con el régimen se han dedicado al pillaje y han abandonado a las ciudades que resguardaban dejándolas abiertas a la posibilidad de que las hordas Tutsis sigan cometiendo genocidios. La intervención de las fuerzas internacionales a la zona de conflicto es inminente, lo cual permitiría la llegada de ayuda humanitaria a los refugiados.

Los refugiados han comenzado un éxodo hacia la nada y sin ayuda humanitaria de ninguna especie han comenzado a morir en el trayecto, sembrando el territorio de cadáveres a lo lago de su recorrido. Para este grupo de refugiados, en este lugar el sentido de la vida y los valores es complemente distinto a como lo podemos percibir desde la lejanía de occidente, el destino que se cierne sobre ellos es abrumadoramente desolador.

La sociedad occidental en este como en otros muchos casos actúa de conformidad con las leyes del mercado y la propiedad, de la salvaguarda de sus propios intereses, Cuando en 1991 un dictador árabe se anexo un pequeño principado petrolero las fuerzas multinacionales se movieron de forma casi inmediata para el restablecimiento de las condiciones de equilibrio en la zona en conflicto. Hoy como los involucrados son ciudadanos de una región casi inhóspita y sin valor comercial para occidente las fuerzas internacionales se preguntan numerosas veces si es rentable el envío de hombres para impedir la muerte de centenares de miles de refugiados.

La fuerza multinacional no se ha presentado a la zona en conflicto, por la sola razón de que el mercado no dice que tal aventura sea de provecho económico. Lo que ocurre con Ruanda y Zaire es que las razones de índole económico indican que una vez que de una región han sido extraídos los bienes de consumo que ella puede ofrecer a la industria poco importa la suerte social de los habitantes involucrados. La vida es secundaria, lo importante es la supervivencia del mercado.

Este proceder ha sido criticado largamente a través de los siglos con teorías y razonamientos que en última instancia tienen su raíz en la posición de las diversas iglesias en relación al hombre y sus distintas sociedades. Ruanda no es más que la última versión de la depredación del hombre por el hombre con la sóla finalidad de mantener el estatus de determinados grupos, un problema de vieja data que vivieron los ciudadanos de la Francia del siglo XVI, los esclavos Grecia y Roma y los desposeídos de la antigua Persia. La paz, la verdadera paz, no será alcanzada mientras tengamos regímenes que fomenten la explotación humana y su desigualdad.

Es por ello que en la locura de los vocablos propios del lenguaje internacional se llama fuerzas de paz a soldados y aunque tenemos recursos para enfrentar con probabilidades de éxito muchas de las enfermedades que diezman pobladas completas las dejamos morir. Sencillamente nuestras prioridades han sido definidas y todo lo que no muestre tasas de retorno de capital no es siquiera digno de nuestra atención, nada que nos aleje de estos jugosos dividendos que signifiquen un aumento de nuestro prestigio, de nuestro capital económico es merecedor de nuestra consideración.

Hemos modificado el concepto de mal para que no involucre nuestros actos cotidianos, un vano intento para desviar la vista de todo aquello que compromete nuestro tiempo y nuestro esfuerzo, nuestra palabra o nuestra condición y hemos en fin olvidado que en la antigua lengua existía un término llamado pecado de omisión que nos hacía culpables de todo el mal que ocurriera a nuestro alrededor cuando tuvimos la oportunidad de hacer algo para que no aconteciera.

 

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