De la misma materia de que están tejidos los sueños
De como Cervantes, El Quijote y Shakespeare departieron una tarde a la orilla de un camino
Es difícil precisar quien fue el primero que estableció la similitud entre la vida humana y los sueños, hay evidencia de esta relación en obras literarias muy antiguas que nos han legado los chinos, la encontramos igualmente en las mil y una noches. Pero no es sino hasta inicios del siglo XV cuando esta visión tomaría cuerpo con mayor vigor para los occidentales, en dos naciones separadas apenas por un pequeño mar, en dos plumas que de alguna manera parecieron estar de acuerdo en el reflejo del alma y las congojas humanas en toda su dimensión y que pueden considerarse sin temor a mucho error como las cimas de sus lenguas respectivas.
En una orilla de este mar estaba Albión, viviendo lo que constituyó su renacimiento cultural bajo la era isabelina. En el corazón de ese vasto imperio, un comediante dotó de vida a innumerables dramas y personajes con una elegancia y un lirismo hasta ahora no igualados, y a un tiempo, logró hacer un reflejo del alma humana y sus pasiones como tampoco lo había hecho ningún coterráneo suyo hasta entonces. William Shakespeare, arropado en su condición de humilde comediante y actor nunca llegó mientras estuvo en vida a alcanzar lo que hoy conocemos como fama, sin embargo, su legado a la posteridad en forma de obras de teatro ha cautivado a los más dispares públicos en todo el orbe obteniendo después de su muerte el mérito de que no gozó en vida.
Este hombre, maestro en el conocimiento de las motivaciones humanas, logró escalar con excelencia el alto pináculo de la psicología, si cabe el uso del término, muestra un dominio profundo del conocimiento de artes y oficios tan disímiles como las variopintas caras de la naturaleza humana. Hay en sus obras una profunda reflexión sobre la naturaleza de nuestra condición, con lo que viene a convertirse en algo así como un filósofo cuya expresión es la poesía. De una manera excepcionalmente elegante supo utilizar esa esencia que nos hace ser humanos para plasmarla en su obra. Fue él quien en La Tempestad nos habla de la vida indicándonos que su naturaleza es la misma de la que están hechos los sueños. Idea muy en boga en la época entre los empiristas ingleses, pero que en esa breve frase va a ser resumida de un modo muy elegante y perdurable a través de los tiempos.
Porque en esos días estaban las sociedades aún en búsqueda de una madurez, de un cenit bajo el cual andar, y estos pensadores, estas almas febriles de expresión y poesía iban a constituirse en vehículo mediante el cual esas ideas serían plasmadas en forma tangible para las futuras generaciones. Está la obra de Shakespeare repleta de explicaciones y de incógnitas sobre esa naturaleza de la vida humana y de la fuente que constituyeron sus páginas han bebido con no poco regozo y beneficio tantas almas que le sucedieron.
En el otro extremo del mar las tierras de Castilla y Aragón unidas bajo la égida de los reyes católicos habían dejado en sus extensiones al término de incontables guerras y infortunados años a una legión de hombres cansados de guerrear, pero que por el hecho de haber combatido por la corona sentíanse con los derechos de los nobles, sin por supuesto tener los medios para procurarse tales preseas.
Es en este ambiente en que le correspondió vivir a Miguel de Cervantes y también es en esos tiempos y caminos donde hace vivir a su personaje más importante, tanto que de alguna forma le superó en fama y fortuna para llegar a ser considerado el personaje literario más representado y conocido en la historia.
El tema del Quijote podría, en una visión superficial, parecer reiterativo, pero se trata de un manantial inagotable de recursos para entender al hombre ante su medio, pienso que en los casos de Shakespeare y El Quijote nunca es redundante o sobre tratado, porque estos ofrecen herramientas para entender lo que somos y por qué lo somos.
A diferencia de la estoica tradición Británica, el camino español que va a recorrer el Quijote está lleno de esos personajes vividores y pícaros que eran de alguna manera legado, herencia y creación de su cultura, los encontramos en el lazarillo de Tormes, en el Buscón, en el Guzman de Alfarache y en otras innumerables páginas de la idiosincrasia Peninsular.
Y no se trata de que los habitantes de España fueran tan diferentes en naturaleza a los de las tierras inglesas. De hecho, en alguna forma podría decirse que el recorrido del Quijote por esos polvorientos caminos recuerda a la peregrinación a la tumba de Santo Tomás Béckett que describiera Chaucer tantos siglos atrás, pero las similitudes acaban en los caminos, porque si bien hay en esa semblanza de Chaucer numerosos ejemplos de aguda inteligencia, los británicos muestran una distinta disposición ante la vida que la característica principal de este pícaro peninsular que posteriormente emigraría tal y como lo advierte Quevedo, a América. Y aún permanece entre nuestras tierras ese legado.
Esa crítica a la estulticia y las ideas en boga de su tiempo que es la primera parte del Quijote va a tener un desenlace que tal vez no vislumbraba en un principio Cervantes. Tras los diez años que mediaron entre ella y la segunda, el personaje se fue creciendo de un modo tal que exigió de su autor tanto y tanto que en ella queda plasmada de un modo más que literario esa misma visión que ha reflejado Shakespeare, y para mí lo constituye ese proceso de muerte de Don Quijote, o mejor dicho, su transformación final en Alonso Quijano. Es un pasaje sumamente doloroso pues en el muere ese sueño de libertad, ese amor por la justicia, esa defensa de la propia visión del universo, y con gran congoja, este Alonso Quijano, extraño personaje, nos dice que ha sido un absoluto desperdicio de tiempo su vida, su caminar todo. Pero es en ese pesado pasaje cuando concebimos de un modo tan vívido el hablar de Shakespeare, es ese instante cuando se acaban los sueños, cuando termina la vida.
Este Quijote, que ha sido capaz de trascender sus páginas para ser más que un personaje de papel y tinta, hasta transformarse en un compañero de tantas semblanzas a lo largo del camino de los soñadores y los visionarios. Ha sido el paradigma de quienes no han sido conformes con la realidad que se muestra ante sus ojos, con cada generación se ha ido fortaleciendo ese Quijote en la vida y el arte, cada pintor le ha mostrado más y más sublime mirando detrás de una realidad tosca y mundana cuanto habita esas otras regiones a las que no tienen acceso los ojos de los mortales y que sólo el bálsamo de las Hadas en manos de un Puck puede abrir al ojo de un mortal cualquiera.
Es amado pues el Quijote y esa pérdida de su ideal es pues, dolorosa, tanto que al mismo escudero le estremece hasta el punto de inspirarle aquella petición de que se ponga bueno para empuñar de nuevo la adarga, para lucir la armadura y salir a enderezar entuertos. Es el último esfuerzo que hacen los sueños, vale decir la vida para salir airosa del trance, ya que como dirían los físicos nada puede perderse y la huella de este Hidalgo había de quedar de algún modo en Sancho.
Esa muerte del Quijote es un llamado de Cervantes al hombre bonachón, descuidado y pícaro que repletó sus tierras, a ese Don Pablos que vivía para el día, a ese hombre ensimismado y consumido por un día tras día lleno de desasosiego y desconcierto, al hombre cansado y sin esperanzas, a todo aquel que ha olvidado elevarse de su condición para escalar dentro de sí. Llama esta muerte al hombre sin esperanzas de la edad media a abrir los ojos al nuevo nacimiento de si mismo. A fijar sus ojos en el invisible futuro fruto de sus manos.
Es por ello que en esa época la vida está hecha de la materia de los sueños, esta transición entre el renacimiento y el barroco, mostraba la fuerza de que iba a requerir aún el hombre para encaminar su rumbo en la historia y en su propio destino. En la pluma de estos hombres la humanidad estaba clamando por su lugar dentro de si mismos, era el hombre llamándose a un espacio mayor dentro del universo, gritando por su lugar dentro de la creación, esas voces fueron el manifiesto más exquisito del ser humano abriendo su tiempo y su espacio para su propio encuentro después de una serie de años de haber errado.
Es interesante la idea de que Shakespeare y Cervantes hayan muerto el mismo día, en una misma víspera, éstas dos culturas tan distintas habrían perdido sus palabras, pero, y en un mismo suceso fundamental habrían quedado fundidas para compartir en un abrazo sobrenatural al ser humano, igual en todo lugar, enfrentado siempre a las mismas paradojas, atribulado por las mismas dudas e inquietudes, azuzado por las mismas necesidades primarias y colmado de las mismas emociones y pasiones. Todos esos legados, esos sueños en un mismo ser y en un mismo día.
Me gusta la idea de que en verdad ambos escritores hayan pasado a la inmortalidad el mismo día, porque eso se constituiría en la unión no sólo de dos lenguas sino, y de algún modo, en la reafirmación de la condición humana en dos circunstancias, en particular, y en realidad, extensibles a cualquier lugar y tiempo.
Me gusta la idea de saberlos junto al Quijote conversando de sueños y realidades atroces, de injusticias, de bajezas humanas, pero también de todas esas posibilidades, de las capacidades de reconstrucción y renacimiento de que dispone dentro de si, mucho más allá de las grandes extensiones de aguas y de las diferencias de lenguas y formas de vida.