Los Lotófagos
Repasando en los últimos días una biografía de Clive Staples Lewis, me he quedado pensando en la caracterización de la soledad como una evasiva. He imaginado como para el tema de una de sus clases, de una de sus conferencias, el argumento del refugio en un claustro que no existe más allá de nuestra propia concepción, un capullo que nos aísle del universo agreste que nos ha tocado en suerte, una guarida que nos preserve de todo dolor y todo sufrimiento.
Y sin embargo, tal argumento no tendría ningún viso de originalidad, cientos de baladas han descrito tales fortalezas, muchas novelas han delineado esas retrospectivas, ese miedo manifiesto a la propia sociedad que nos ha acunado de algún modo. Lo notorio de esta biografía es recorrerla mientras nos damos cuenta de que no es un bosquejo literario sino una vida real lo que estamos observando, la personificación de ese argumento y no en un escenario sino bajo el mismo sol que ha tostado nuestras pieles.
Y ni aún así, recuerdo, resulta original la vida vivida porque se de otros hombres que han llegado a su ancianidad habiendo tenido la oportunidad de enseñar, de formar una escuela alrededor de su pensamiento, hombres que tuvieron de su lado las herramientas para divulgar una visión, una filosofía en la que arropar el desenvolvimiento del universo por no decir la apertura de una invitación a la búsqueda y descubrimiento de la verdad y sin embargo no lo hicieron.
Recuerdo a Joyce renegando de su formación, elaborando su Ulysses, una novela evasiva, una lectura forzada, un territorio poblado de tantos fantasmas y óbices que semeja el angustioso escondite de un temeroso niño que desea guarecerse no sólo de los elementos sino de la mirada y el contacto de cualquier ser humano. Es como la dramatización de una mansión de tantas habitaciones y corredores que quienes traspongan el portal deben por fuerza admirar la finura de la decoración, la gracia de la arquitectura, los modales de la servidumbre, el gusto del mobiliario y la armonía de todos los elementos que conforman la casa como para olvidar a su morador, que apenado y tímido mira detrás de una rendija pasar al visitante por los espléndidos salones.
El la odisea, los compañeros de Ulises deben cuidarse de los lotófagos que les adormecían con sus flores para que olvidaran sus penas, sus alegrías, su tiempo y sus metas, el todo sería substituido por el ahora y el aquí absolutos y extraídos de toda relación con cualquier otra región del universo y el tiempo. Stephen Dedalus se esconde tras los libros de la biblioteca, evadiendo de un modo similar cualquier contacto con la naturaleza humana, y mientras más pretende hurgar en su conocimiento más lejos se va ubicando de ella, más lejana se la va haciendo. El proceso que describe Joyce es el de la formación de ese capullo que termina absorbiendo al hombre restándole la esencia de su propia naturaleza.
El humano temor a lo desconocido que habita en nuestros semejantes, a sus reacciones para con nosotros, a su reacción, a su opinión sobre nuestra naturaleza hilvana en ocasiones estas conductas desde muy temprano en nuestras vidas. Niños quedos reducidos a observar, pueden si su sensibilidad los encauza hacia ello, dar lugar a asociaciones ilícitas, a conductas aislacionistas, investigativas de la naturaleza humana, pero que como las de Dedalus, en realidad son evasiones de una realidad que les resulta incongruente, incómoda, extraña. Lotófagos que se van encantando en la droga de su propia búsqueda, rodeándose de esa aura de prestancia, de saber, o poder en los casos en que ello es posible, para mantener alejados a los demás de sus asuntos hasta que como en el caso del profesor Lewis sea demasiado tarde tomar correctivos al respecto.
En el esquema interpretativo que Joyce hace llegar a Carlo Linati aparece la referencia al capítulo homérico de los lotófagos y Joyce lo relaciona con la Química, la razón de ello es, evidentemente, que hay algo fundamental en esta ciencia que desea reflejar en esta conducta, ello no puede ser otra cosa más que el equilibrio, que mantiene en primer lugar, bajo los ropajes de una quieta contemplación la batalla interna por entender la partes que van a conformar este todo y en segundo el límite que va a definir el camino que puede ser seguido sin riesgo para la estabilidad física y emocional de la persona.
Y no puede ser de otra manera, la reconciliación de partes a la que no llega a acceder Joyce es alcanzada a destiempo pero productivamente por C.S. Lewis, y es el trazo de esa delgada línea lo que se refleja en la trilogía. No todos tenemos la oportunidad de dirigirnos a las multitudes, de hacer escuela y llamados a las conciencias, no todos alcanzamos el calibre de la pluma de estos grandes artistas, sin embargo, todos tenemos en nuestras vidas la misma misión de juntas las piezas rotas del rompecabezas que somos, de aglutinar bajo la sombra de una visión al conjunto, de evitar la proliferación de lotófagos figurados y literales que evaden lo que hay en la realidad para encontrar distancia, soledad, y muerte en el vacío.