La Omisión
Lo que dejamos de hacer en el tránsito va dejando secuelas, a través de nuestra maduración como sociedad vamos dejando sin atar tantos cabos que al revisar lo hecho y aquello por concluir nos encontramos con que el número de las asignaturas pendientes se parece mucho al infinito mismo.
Desde hace ya tiempo, estamos escuchando las voces de una gran cantidad de personas marginadas, de seres olvidados que claman por un lugar y una oportunidad en la historia y en la vida, con mucha frecuencia hemos repetido desde la ilustración los conceptos de igualdad y fraternidad entre los hombres. Esta idea romántica de igualdad es poco menos que un sarcasmo cuando al albor del siglo XXI encaramos al futuro con millones de personas que deben subsistir con mucho menos de aquello que sobra en la mesa de otros.
Para estas personas hechas a un lado por el progreso y el porvenir, la idea de la igualdad puede ser peligrosamente igual al derecho de arrebatar a quienes han tenido más oportunidades o más suerte todo aquello conquistado hasta el día de hoy.
La contradicción es evidente, sin embargo, y si bien se han ensayado numerosas propuestas que en resumidas cuentas no han podido llegar al fondo originario del problema, este dilema lo hemos venido arrastrando desde hace siglos. La promesa de una justicia ha hecho nacer en muchedumbres la esperanza de un futuro de plenitud en el cual la igualdad deje se de un concepto vacío y carente de sentido. Y no es su culpa el querer creer en una oportunidad, el desear elevarse de su condición, es tan sólo un ansia natural lo que les mueve.
Por otro lado está el vacío con el que quienes detentan el poder, o han sido favorecidos por el destino o las circunstancias se dirigen a los depauperados, es ese silencio la gran omisión que acusa y aviva el dolor y que sirve de caldo para que las ideas de cambio radical y violento se propaguen y se pongan de manifiesto.
Cada vez que se ha hecho silencio, cada instante en que las opiniones y puntos de vista de un sector de la sociedad han sido relegados al rincón de las cosas fútiles se ha abonado a la injusticia, se ha vulnerado la condición humana de un sector de la población. Y en ello se ha incurrido con mucha m&sacutes frecuencia de la que hemos sido capaces de reconocer, por lo que es menester aceptar que cuando la revisión de la historia nos muestra que las personas víctimas de la injusticia han solicitado de una u otra forma un breve acceso a tal privilegio el causal de tal requisito está dividido en partes iguales entre los que detentan el poder y aquellos a los que se ha negado.
No pretendo contestar a la pregunta de si nos es posible como sociedad establecer una sociedad justa, sólo deseo llamar la atención en relación con dos hechos muy concretos, a saber: que la sociedad no debe prometer al hombre la igualdad de condiciones o beneficios, sino garantizar la existencia de las mismas oportunidades para todos sus miembros y en segundo término a que antes de cualquier clasificación humana de la sociedad hay un hombre que nunca debería ser despreciado ni relegado al amargo papel de un segundón en la historia, esta última omisión contiene en sí la semilla del dolor, la injusticia y en muchos casos la muerte.