El Rito Sagrado de la Vida
El 10 de Diciembre de 1982 la palabra castellana americana recibía por cuarta vez el espaldarazo del Premio Nobel, García Márquez se dirigía al mundo, hablaba a una Europa como quien cautivo y sin posibilidad de enunciar palabra alguna puede tras una larga batalla, disponer del tiempo y la audiencia para expresar su condición humana, hablaba de la terrible condición que ha padecido el cuerpo cautivo. Esa soledad cara que ha sido arrostrada por largo tiempo.
En su recuento, se dirige a unos europeos que han visto a América Latina como a una tierra extraña e inconsistente, a la que se ha hecho reconocimiento por sus artes pero por la cual nadie apuesta una mísera moneda en el ámbito de sus posibilidades sociales, de su evolución como conglomerado.
Lo que tiene de dolorosa su palabra se resume en una condición y falta de identidad que aún nos es impide el avance, hemos errado constantemente el camino hacia la construcción de una sociedad mejor y digna, se nos puede recriminar con creces las ocasiones en que guerras fratricidas han sembrado de sangre y dolor nuestros campos, se nos puede recriminar la sangre mezclada que llevamos, la locura que hemos padecido. Y sin embargo. nos sentimos orgullosos de nuestra ignota condición.
El arte de profetizar amaneceres es visto como la tribuna del infortunio, como una expresión surrealista del objeto de nuestro deseo, y sin embargo, esta nuestra tierra plagada de esperanzas y sueños, de confusiones y locura, esta patria que somos ha alzado una voz para decir a la vieja Europa que basta de medirnos con su perspectiva, basta de pensarnos con sus puntos de vista, esta sangre que nos impulsa aún no alcanza el sosiego de la luz para ver el sendero que andar. Europa nos mira con sus ojos como ausentes de nuestra realidad, como si en esta sangre que nos inunda y nos impulsa no estuviera el sino de su sombra como si no desearan reconocer en nuestros campos a sus hijos perdidos y sin padres.
Pero al hacer recuento de nuestros infortunios necesariamente hemos de ver que a las naciones europeas por igual les ha sido difícil conquistar su puesto en la historia, quince y más siglos de ventaja le han permitido madurar el pensamiento, discernir su condición de gentes, ejercer sus derechos, este tiempo de ventaja marca una diferencia abismal en la concepción del hombre. No obstante, fue también en Europa donde se concibió la masacre más desaforada que recuerda la historia, donde se dio acogida a las doctrinas más aberrantes contra la naturaleza humana, Todo este tiempo no ha bastado aún para separar al hombre de sus instintos, de sus formas más denigrantes ni de sus gigantescas imperfecciones.
En el desenlace de nuestros destinos nos encontramos ligados a nuestras limitaciones de hombres, atados por nuestra condición, este realismo mágico americano, aquel realismo fantástico europeo conjugan las distintas facetas que llevamos como seres humanos, superponen los sueños con las bestias que dormitan en nuestras almas formando un rompecabezas precioso y terrible.
Nuestro sino de locura y rebelión constante, de espadas empuñadas y fusiles desgastados es la manifestación de la lucha que en todos los países ha establecido el hombre contra si mismo. Cuando nuestra condición humana, nuestra identidad americana tenga asidero en las mentes de ambos mundos habremos igualado la diferencia de historias de nuestros respectivos espacios, falta aœn mucho para llegar a ello, pero cuando el rasero indique igualdad de condición tendremos entonces que comenzar a percibir nuestra condición como simplemente humana, y sólo entonces podremos emprender el camino que nos lleva a aceptarnos como humanos imperfectos hijos rezagados de Dios que desperdiciaron el tiempo finito de que dispusieron en búsquedas inútiles.
Las estirpes condenadas a cien años de soledad pidieron una segunda oportunidad sobre el orbe, pero no se trata de una raza confinada a un sitio, sino la de toda esta humanidad. La perpetuación de nuestra raza humana, la completa comprensión de nuestra naturaleza están aún muy lejos, por ahora, debemos mantener en alto la llama que ilumina el sendero, continuar el proceso de aprendizaje de esta condición que llevamos, cuidar de que nunca más la locura y el aliento de la muerte marquen el rumbo de las muchedumbres, aprender a alimentar el rito sagrado de la vida que hemos heredado y que debemos engrandecer para beneficio de quienes nos han de suceder.