. Dos Soledades

Dos Soledades



En su número del 15 de Abril de 1892 El Cojo Ilustrado publicó la traducción que del poema ÒEl CuervoÓ de Edgard Allan Poe hiciera el poeta Juan Antonio Pérez Bonalde. Se trata sin duda, de una de las más elaboradas versiones que se hayan hecho del famoso poema de Poe. Lo que sin embargo no es tan palpable a simple vista es el factor que hace que tal traducción sea una admirable obra del arte de la pluma, hasta el punto de disputarle al original la fuerza y belleza de expresión.

Poe fue un hombre opuesto a los convencionalismos de su época, rebelde hasta el punto de sacrificar inútilmente su vida por nadar contra la corriente de su entorno, sin medir lo que de espléndida o sórdida pudiera contener. Su obra en general expresa la agresividad que manifestó por una concepción cerrada del universo, se transpira a lo largo de sus líneas la terrible sensación de vacío que guiaba sus pasos y su pluma de profeta de las doctrinas más exacerbadas del potmodernismo habló del mismo vacío que hoy nos rodea y de algún modo nos caracteriza.

En la narrativa de Poe, es su miedo el que transita las estancias en las que la muerte, con su filo inexorable se esconde para acabar con todo lo glorioso que poseemos, es nuestra vida lo que perdemos en la marcha nefasta de su corcel, el miedo que se arrastra entre las líneas de opaco color es el propio temor de morir sin comprender la valía de la propia vida, de la propia obra. Lo que transitamos en esos relatos es la terrible sensación de alguien que teme su propia posición, a su sempiterna soledad de incomprendido.

Cuando Pérez Bonalde recorre entonces los versos tortuosos y negros del cuervo, siente esa tristeza que se esconde en la aparente descripción de la muerte, de esa presencia que acecha desde la grieta como sostenía Borges. Sabe bien lo que es el aislamiento y la lejanía del ser, sus ojos pueden levantar el velo que coloca Poe entre su universo y los demás, en retribución al veredicto de soledad dictado en su contra. Cuando entonces Pérez Bonalde trabaja sobre los versos de Poe no hace sino volver a transitar los senderos que le son conocidos y de la fusión de esas dos visiones surge el hilvanado y elaborado poema que El Cojo publica.

Se puede apreciar en la traducción de Pérez Bonalde una cuidadosa selección de los vocablos, una elaborada versificación que guarda como función la noche de la vida misma alejada del lar paterno, y hay también una preciosa trama que modula la misma sensación de soledad que acompañó a Poe en sus pesadillas más horribles de ebrio noctámbulo. Hay además del mérito puramente literario una perfecta sincronía de los sentimientos, se pone de manifiesto la comprensión de quien de alguna forma comparte una visión por haber vivido las mismas circunstancias apremiantes.

¿Cual es el dolor que grava la pluma de Pérez Bonalde cuando recrea las líneas del Cuervo?, cual otro a no ser la angustia de saberse incomprendido en medio de una nación asolada por una indiferencia que ya en sus años se vislumbraba, cual sino el saberse miembro de una comunidad extraña, sorda a sus palabras y en la que no tiene cabida, es esa soledad la que se hace patente en su arreglo. A quien otro sino a si mismo ve asediado por la mirada rapaz de las nuevas costumbres y valores que a cada intento de razón o rebelión se yerguen furtivos y altivos para proferir un jamás que esconde en su sentencia la naturaleza de las sociedades que aunque cambiantes siempre constituidas por hombres llevan en su seno la carga de la propia maldad. No hay otro dolor que el saber que pese a todos los intentos por la nueva aurora nosotros mismos somos portadores de la sombra.

Un poco es la concepción de dos universos lo que se contempla en las líneas de estos dos poetas que separados en tiempo y lugar hacen una sus voces para describir la noche terrible que nos espera a todos pero que sólo ellos pudieron percibir con los ojos asustados de un mortal que en un atisbo ha contemplado al instrumento de su ejecución.



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