Ecos
El viento despliega las alas hasta los confines de los reinos como los señores de la barca de plata ostentan el cristal de la palabra de luz. Los imperios más lejanos han oído todos la misma difusa palabra que hasta mis oídos ha traído el éter. El ombligo del mundo, el reino de los gigantes ancestrales que duermen, el pueblo del sol niño y la Arabia Feliz saben y conocen el principio y cadencia de la canción, como también el cauce que ha doblegado el poder de los dioses.
Las historias en realidad no transcurren en arreglos circulares, ni disposiciones permutantes que se hacen y deshacen como han creído ver algunos entendidos en el ciclo de la arena y el agua. Yo escucho desde cualquier confín el sonido crujiente de la flama vieja que dicen se ha apagado. La brisa me lo susurra, porque de hechura toda palabra natural es abierta, la abre el oído atento, perceptivo en medio de la foresta y los valles, en las charcas y las cascadas diamantinas que acarician la piel.
Cuando era niño mis padres me sentaban a la orilla de un riachuelo a escuchar los tránsitos, chapoteaba mis pies desnudos en la superficie de las aguas, luego callábamos y sentíamos el sonar lejano de pájaros al batir sus alas, el crujir cercano de ramitas, el trémulo murmullo de las aguas al correr entre las piedras blancas y suaves, y hasta el viento que pasaba entre las ramas de los árboles que nos cobijaban en las frescas tardes de contemplación.
Mi madre me narraba entonces fungiendo de intérprete de la voz del viento, las historias que en él iban disueltas, mi padre en tanto me acunaba en su regazo a escuchar con plenitud la voz dulce y el cantar antiguo de reinos que mis ojos no verán, pues están separados a miles de relojes distantes, afortunadamente con palabras abiertas que si podía escuchar en mi tiempo.
Todos los tiempos a que pudiera referirse eran diferentes, distintos en su mágica conjunción de estrellas y palabras, la forma misma que se dejaba traslucir a través de esta brisa lejana en que se refugiaban las horas. Los martirios y los decesos en la epopeya del ser por permanecer tanteando senderos y noches. Todos los tiempos encerrados en el soplo de la brisa que desde el instante primigenio se deja sentir.
¡Como he de recordar las palabras de estos instantes!, instantes largos que yacieron en la silente quietud del valle viejo. Si sentir los caminos del universo fluyendo en su andar como ríos en expansión era estar dormido y soñar, ello me regocijaba y cubría con un manto de paz, esas columnatas de antiguos imperios se yerguen para mí desde el fondo del tiempo. Vinieron así las hazañas increíbles de los héroes, las historias de final común, las aguas nutrientes de la tierra, las voces que moduladas forman palabras.
De este modo, las palabras que acunaron la fresca y grácil estancia de las tardes en mi temprana mocedad no eran sino la proyección de los primeros balbuceos del homo. Pero sabio y paciente, el oído puede deshilachar el murmullo de la corriente del crujir de la hojarasca y esta a su vez del trino de los pájaros que habitan los aires y percibir entonces esas palabras abiertas que se desdoblan gráciles en cascadas de tintineantes acepciones.
Así es la palabra abierta, un refugio en el cual plegar las ansias y distender los entumecidos miembros que me soportan, si todas las voces fuesen abiertas, transparentes y gráciles como el vuelo de los elfos, tendríamos un universo diferente, en el cual podríamos sentarnos sosegados a contemplar y sentir la plenitud de los tiempos. Mirad los acantilados, allí en esas cúspides enhiestas el viento pasa su manto señorial. Si aprendiéramos a mirar con los sentidos abiertos, el hálito de las voces pasadas abriría para nosotros su flor de majestad, sabríamos de hecho los caminos andados a la zaga de las estancias, entenderíamos el amor y el dolor, el ahora y el ayer, y nuestras manos de alfareros tendrían el motivo y el molde para un diario quehacer.
La palabra es el principio de la presencia, el arma con que los ejércitos se nutren y se alimentan los filósofos de la gloria, pronunciadla y la mancha en vuestros corazones se alejará. Abre el entendimiento, cifra las arenas, remueve los silencios y destruye el influjo de la barbarie que arrastramos enclaustrado en la sangre. Pero el deseo destruye la amplitud del verbo, pervierte los ojos de los mortales y llena el alma del aliento nefasto de la muerte.
En la saga por abrir el entendimiento he vuelto a rehuir a las tierras agrestes donde no osan morar los hombres. el deseo de purificar de nuevo mis embotados sentidos aviva mi marcha, y en un amasijo de memoria y brisa me hacen escuchar los acordes de canciones viejas que hacen palpitar mi corazón al compás de otras épocas, a medida que va pasando el sendero bajo mis pies, mi piel sensitiva siente como me voy derivando a dos realidades distintas, el camino agradable e impersonal que me conduce y el pasado abisal que me va alimentando de sus transparencias. Ahora es el momento y hoy mi tiempo, exhalo en mi garganta el aire que llevo dentro y me mantiene entre las arcas que como sonares distantes percibe mi oído avizor.
La palabra cerrada era la estepa, la grácil presencia de la reina de plata, la moradora de los silencias del sepulcro obscuro, los reinos compartidos de la tierra siempre fueron la vida de la foresta, pero la reina sustenta su caminar en los hombros de lejanos durmientes que yacen el las piedras lejanas. La reina de plata deslumbra con su traje majestuoso los ojos de quienes la admiran e invita a disfrutar las galas que circundan sus aposentos, en tanto la palabra se va tornando más cerrada, y los ojos de los huéspedes no pueden ver, los sentidos se van perdiendo y la reina va ganando un nuevo adepto.
En la hora silente, tres pinos dormitan la lejanía, espacios y montes se van irguiendo en las gradas de la razón, sempiterna balanza de los caminos de los dedos. Descansan entre esas sendas de luz y sombra los espíritus de las leyendas, habita la hierba un algo mucho más poderoso que la materia que buscan los mineros, en ocasiones nuestro andar descuidado despierta esas presencias que se esconden debajo del manto de las salamandras, tu oído abierto puede entonces percibir la conjunción de tiempo y lugar, de las circunstancias que rodean y moldean el sentimiento que yace allí. cierra tu voz de sustento y percibe con tus manos la fragilidad de tu propia esencia. Atimia legendaria de la sierpe terrible que se alza en la pradera.
Los caminos son largos e imponentes, el soplo fugaz de la misma brisa que disolvió las viejas palabras que eras atrás fueron cantadas entre las ramas de aquellos pinos. Ven memoria, destila lenta la esencia del sonido que se esconde tras este silente brumar.
Oigo, extiendo mis sentidos hacia la inmensidad, deseando que vuelvan a mí las estrellas que me contuvieron en una oportunidad, conjugo las manos de gracia de los que se hacían llamar mis padres. Si, padres, recuerdo en clara forma sus manos, pero, al mirar en las mías el tronador refulgir de las galaxias encinta del tiempo inclemente se, de hecho, que en verdad fueron rotas las moradas de las evanescentes deidades.
Cierro mis ojos y me dejo llevar por la corriente del recuerdo que me va sorbiendo despacio la cabellera, en la inmortal sombra de la vaga sentencia descollan las aguas prístinas de la fuente sagrada, palabra de boca de ninfas que retozan, efluvio de la beldad ancestral, ¿a dónde conducen estos desolados senderos de obscura niebla?. Dejo fluir así el tiempo por entre mis dedos para abrir la cúpula que contiene la memoria, como si la noche habitara estos senderos, predominan las tinieblas. La sapiencia de la luz es como la manta que cubre las cabelleras de Berenices, enfadadas en la plena laxitud de la mandrágora van arredrando a las criptas sus voluntades. Callar es la muerte.
Despliego mis brazos para elevarme en remontada altivez, henchido de la magia nocturna de las lechuzas, prendado de walkirias que nadan en la celeridad de la brisa. Este soy, quien abre la ergástula de la noche temeraria dejando al vuelo las alas de mil y un gusanos hechos pinceladas del viento.* Detrás la obscuridad aguarda con sus celadores que carcomen la esperanza, la voz del ser que vi crecer mi cuerpo me atrae hacia la gruta incólume de la roca. No hay noche que no pueda ser consumida por la llama de una vela , ni en el alabastrino murmullo de los grillos de la noche puedan ser olvidados los cantos antiguos, el resoplar de las esferas celestes, el viejo, largo e incólume silencio.
Cuando el resoplo de Artemis hubo cubierto las viejas ruinas del castillo, las escolopendras hicieron su danza de la muerte circular. El estantiguo perfil del caballero recortó su línea a los pies de las estatuas, ocaso de nenúfares en duermevela eran sus dedos, la mirada, en la que guardaba el cáliz que modula los esbozos de la presencia, entraba por las fisuras indómitas de la sapiencia. No sois mas que la quietud que la noche os impone, un ahogado gemido entre las piernas de una religión antigua y olvidada.
En este reposo de la voz descansa la palabra del soldado, en la cercanía de las leyendas viejas se refugia la magia, dueña y señora de las praderas hostiles, y esta misma quietud silvestre, con las verdes hojas de la grama cobijando las colinas y salientes del paisaje y el arrullo de una lejana cascada es el manto que me arropa del frío mortal de la quietud de los pensamientos.
Lo que soy, en este amasijo de voces trae la esencia de las luna perdidas hace miles de años en las estancias de los monjes. La palabra primigenia que brota de los cantos de vejez que nunca se escucharon, las balustradas en que se apoyaron las deidades desconocidas del universo de las sombras, todo lo contemplo expectante, invocar en el tiempo es como abrir las cajas de la pena vieja y la pasada alegría. Los antiguos dioses acechan para husmear el quehacer de los durmientes, mira en mi mano la línea final e la corriente.
Perecen las aguas en su declive terrible hacia el mar, en la arena van depositando la escoria de los espurios que habitan las esferas, los mismos que blanden las mazas contra las cabezas indefensas de los hijos de la isla de Arturo. Pero así como las estancias contienen la forma de las galaxias y transpiran su acompasado respiro, las aguas renacen en la fuente lejana para resistirse al paso de los corceles que la llevan con fuerza hacia el inmenso océano de las conchas.
La magia de la noche se esparce en las manos de las ninfas de los bosques, y a su vez de las manos cantarinas caen a la fuente de donde son bebidas por los mortales. He allí el ciclo primero.
Yo soy, el guerrero de las armas terribles, mi entorno sucumbe a la muerte como, las manos destruyen las cáscaras. Pero la muerte que despacio voy dejando a mi paso me inquiere razones con voces olvidadas que pugnan por llenar un lugar dentro de mi agitada mente. destino de las aguas, siento bullir en mí el ansia por la vida que arrebato a la voz de los espurios que me hacen empuñar las lanzas, miradme clama desde mis ropajes siniestros la sangre su venganza desde la tierra.
¿Quién puede socorrer el alma desvariada de un soldado que lucha por lo que no cree?, ¿qué va quedando de mi si las razones se me han ido entre los gritos de la batalla? ínfula de grandeza me enseñaron en los años pasados de la infancia y yo, loco de mí, creí las palabras, desprecié mi sentir, abismé mis brazos al calor de la fragua de las espadas. Si las estancias de los espurios que me enseñaron las letras primeras de la muerte y el dolor estuvieran a mi alcance, tal vez podría ahora yo, enseñarles en carne propia cuan bien supe asimilar las lecciones de su doctrina.
Pero la razón incomoda la búsqueda del lugar en que pueda asentar su majestad y con el transcurrir del tiempo las visiones van sufriendo una metamorfosis de tiempos y espacios, las hogueras en que ardían las brujas han ido perdiendo si calor, ni siquiera las brasas que avivaron las salamandras sagradas han sobrevivido e paso del tiempo. dejad el paso de las especies a la puerta del verdugo, para la tasa mortal de la aurora, el día no implora sacrificios, más la tentación de la palabras subyuga la marcha de las aguas en el cauce prohibido. Si queréis ver la memoria disuelta en el transparente líquido aguardad al brote del manantial, mirad allí la palabra que os llene la demencia y la razón.
El fuego moldea la cáscara imperial de los hombres caldea las ideas de la antigua filosofía hermética, sin espacios en los cuales transitar no hay tiempos en los que apagar recodo. Es el segundo ciclo.
Nadie mira la cara de los grandes maestros que me enseñaron. Pero yo soy el urdidor de las nuevas visiones. Las viejas y olvidadas deidades que habitan los mitos desconocidos han de escuchar mi palabra, las armas que yacen ahora en el suelo son la ceniza de los que hasta ahora fui y la cúspide del acantilado que me sustente es el principio de la extensión de mis nuevas alas. Cuando el poniente yazca bajo mi sombra comenzaré el vuelo de la magia por largo tiempo escondido en las arenas, siento ya su remontar en las escalas del firmamento, cuando se abra la tierra, cuando la noche repte las estancias sagradas, cuando empiece la danza de las flautas viajeras me haré a semejanza de los cielos.
Ahora, cuando miro el humo que se extiende por encima de las colinas recuerdo lo ocurrido, como una diamantina y lenta cascada siento fluir las evocaciones de todo lo que fue, no miro atrás en los umbrales, persigo el porvenir de las manos abruptas en la aguzante espera. Aquí, heme erguido ante el borde de este abismo que me atrae a su vacío, pero no caeré, extiendo mis brazos y que se aproximen a mi las evocaciones de lo que habrá de ser, conjuro el viento a que me ceda la palabra para difundir su historia, el retumbar que llena mis oídos hambrientos de la palabra lenitiva.
Cuando los eriales cubrían la mística montaña que renace de las aguas, el descenso de las deidades fue el cetro primigenio de la religión naciente. La copas fueron como alabastrinas cuencas en las que se derramaba la magia de la resurrección, eran esas manos fina de textura mágica las que elevaron las huestes de las arenas al cielo. Otras voces y ciudades de atmósfera tenue colindaban la carretera de dátiles que ahora miramos. Despacio, en la presencia terrible de lo que hay se va esparciendo mi voz, pero, ¿habrá acaso algún oído que desee escucharme?
Lejos en remotos escondites como antiguas atalayas las copas de árboles centenarios expanden sus brazos al sol, alimento de la noche, vasallo de los senderos del firmamento transparente voy en con esta carga a cuestas en busca de las sienes que quieran encanecer por mí los efluvios, transitar las sendas milenarias de la historia y la derrota.
El ser vaga las sienes de su impune morada para encontrar el descanso que alivie sus pies del andar aciago de su vida misma. Pero el pie es la morada misma. Tercer ciclo.
Si despierto me envuelve un universo absurdo que detenta un grado superlativo de insensatez, miro distraerse en continua marcha ingentes esfuerzos en buscar los límites de nuestro universo, en la persecución de lo más pequeño y de lo más grande. Entretanto, tras la verja la muerte arropa los rostros de gentes que nunca tuvieron oportunidad de ver siquiera las maravillas de esas otras manos que tantean los entornos.
Las alas están abiertas para las palabras que mitiguen la sed que no calman las aguas, miro seres perdidos que buscan afanosamente la palabra que les devuelva la vida en tanto quienes la tienen la han dejado diluir entre el ruido y la barbarie de la actividad cotidiana. No observo en ellos los mismos rostros de quienes sembraron en los tiempos remotos sus palabras en el viento. Afloran hoy como burbujas las historias siniestras de los creadores devorados y amenazados por sus creaturas, y nos divierte esa sangre ficticia sin detenernos a pensar que de una forma u otra no es la roja el único tipo de sangre de la que nos sustentamos.
Siento ofuscación y terror loco en todo mi alrededor, miro ojos que se esconden entre el humo y el sueño de la muerte. Gentes que detentan como principio la destrucción, miedo a detener la marcha para encontrar la huella a seguir, decepción de enseñar la verdad y la justicia. Confusión entre creadores y creaturas.* Aprendí en lejanos días el arte de la paciencia y la humildad del silencio para escuchar voces en senderos y charcas, como un cercano rumor siento pues el miedo terrible de las cuentas de los hombres, hemos cerrado las palabras y por tanto sus entornos y lo que envuelven no nos son visibles, no dejamos espacio para la palabra abierta.
¿Dónde ha quedado todo lo que pudimos ser?, la fortaleza que mantuvo los corazones en alto, ¿hasta cuando encontraré en los senderos las huellas de los pasos pesados del oro que acobarda y aniquila?, ¿cuantas las horas de miseria y laxitud que los olvidados deben vivir?, vivir, claro, si es que aún entra en la concepción la forma de muerte que se escuda tras los destellos de la vida. ¿Cuántas almas más han de ser entregadas al azar insulso de nuestra barbarie?. Barbarie que carece de puntos hacia donde encaminar los pasos y a la que sobran puntos desde donde mirar.
La preguntas se hacen infinitas tal vez, sin razón según algunos puntos de vista, pero en sus líneas se ha ido definiendo mi mano, esta que palpa ahora la desnudez del pequeño vagabundo, y te miro tendido entre los harapos numerarios que te escondan del frío, que te den un rato más de calor en donde guarecerte. Miro en las cuencas de tus ojos el mismo curso de los tiempos que antaño aprendí a observar en el vaivén del viento, los mismos vacíos, en la húmeda superficie de tus cuencas están las razones de todo este universo de formas en las que los grillos moran desde el principio de tus días.
Si pudiera hoy sentir sólo por un instante la grácil majestad de la danza de las nubes al escurrirse despacio entre el vaivén del viento, esa sutil fuerza que habita sus alas, domeñando sus alientos, los haría habitar estas venas que nutren la tierra fértil que nos alimenta. Moldearíamos artífices los rugidos de la tempestad para construir una campana del alba. Confío en la luz de las estrellas cuando la pesada obscuridad de la galaxia me arropa porque con esos pequeños destellos se que después vendrá la luz.
Cuando no hayan tiempos nuevos que esperar, luces nuevas bajo las cuales guarecerse de las sombras, soles inclementes en los que evadir el frío terrible será el instante. Habremos hallado la razón final del ser. Un eco se desliza suave hasta mi memoria...como es arriba es abajo...cuarto ciclo.
La brisa serena de esta noche larga de crepúsculos pulsantes abate la palabra, y si el largo sendero de la trocha escurre en sus estancias los pies del ser divino, ¿quien podría resistirse al influjo mágico de ese llamado?, esa voz que como una puerta suprema desglosa los rincones de la memoria te invita a su presencia, a su habitar de silente aprendiz.
Mi noche, que es tu noche habita estos rincones de las reminiscencias, su manto obscuro de secretos y delirios abriga el influjo de la palabra, su círculo amplio de estrellas y galaxias conforma el límite de mi señorío, soy hijo de la palabra suprema, de la voz sublime del sempiterno habitante de los eones. Mi mano esconde en su sangre las huellas largas del transcurrir, yo soy, en esta plena laxitud que abriga el respirar, el portador de este camino, el sendero de las estrellas, el camino cansado de las mutaciones circulares de tus ojos.
Mi noche que así se expande hasta las estrellas aun no soñadas se adueña de las oportunidades, siento así descansar en mis hombros tus pesares, el dolor que traes desde las entrañas, siento en ocasiones lo absurdo de la lucha que libras, el tiempo que dejas de contemplar las manos y las estrellas. Claman desde tus ojos las palabras no escuchadas y los oídos hambrientos de tu voz que mitigue su tránsito. Siento que esta palabra cerrada ha crecido entre las manos desvencijando los despertares de la aurora que aguarda paciente el instante de su eclosión mágica. Quinto círculo.
Una historia de la noche que de desliza entre sábanas, ¿qué significa entre el tráfago del raudo caminar de nuestros pies?, ¿qué entre las estancias en perpetua metamorfosis que cobijan nuestros cuerpos?, una historia de la noche, que con palabras abiertas describe como espejo lo que reposa entre tus sienes. Pero siempre te es posible esconder tu faz de la superficie de plata de los espejos.
La niebla larga acaricia el destello de la bombilla de luz amarilla, bajo su luz la mirada se extiende hacia las praderas que sustentan la garra ágil de la pantera salvaje en su amplia majestad, pero por más que el ojo la busca no percibe el color de su piel en medio de la obscuridad. El vacío tiene su sonido particular, su melodía que se abre en círculos amplios que como espirales hacen confluir en los oídos el desgranado de notas que componen la sinfonía de las presencias.
No obstante, es ausencia lo que llena la estepa, la conjunción de los sentidos no acusa la mirada de este ser que yace reposando en algún rincón. El viento frío de alguna extraña manera te dice que está allí, habitando, aguardando tu descuido, ¿cómo no habitar esta extensa pradera que se expone voluptuosa ante la mirada de la noche agreste?, los ojos no se cansan de explorar todos los rincones que se presentan ante el ser, la nariz busca entre los fragmentos que se escurren en el viento el olor de su presencia que se escapa entre los silbidos.
Pero sabes que está allí, en algún recodo de la tiniebla, ¿esperará tu salida para devorar tu cuerpo?, ¿aguardará a tu ser con la misma curiosidad con que tu deseas su presencia?, hay demasiadas preguntas para tan poco tiempo, pero tal vez un paso en falso de tu parte termine con tu vida, poco a poco la cautela va sorbiendo cada uno de tus movimientos, de alguna forma sabes que yace en tu entorno. Tal vez es absurdo el temor, no tienes pruebas de su presencia.
El transcurrir del tiempo es como un vuelo raudo sobre cada respiro del felino, de que forma sabes que mientras tu estés allí también él estará, si durmieses vendrá a sorber tu ser que mantenga el suyo. Es una lucha de resistencia pasiva, quien primero sucumba al cansancio será el perdedor, sabes sin pruebas que está allí, ¿por qué tus sentidos son incapaces de decirte cual es su ubicación exacta?
Pero hay en todo esto un supuesto que aceptas sin discusión, es tu enemigo, duda de todo por un instante, ¿qué pasaría si no lo fuera?, si se trata de un ser que busca la paz, de un ser excepcional que husmea otras presencias, de un buscador que explora las posibilidades de comunicarse con otras formas, después de todo tu mismo te consideras como uno de esos seres excepcionales.
¿Cuales son estos miedos que arredrados entre los resquicios me carcomen despacio?, ¿como buscar el instante entre el tiempo transcurrido tan largo?, miro con mis ojos pequeños para tratar de hilvanar resquicios que se pierden en las lejanas esencias, lo que está ente mis ojos, este ser de mirar errante que despacio se mueve a través de las ciénagas y las charcas, que repta entre la maleza en tanto arropa con su abrazo el aliento frío de las montañas. El que mira las máscaras pero se confunde al sentir la sangre agolparse en su interior, ¿no es acaso el mismo que se esconde tras razones y largas disertaciones para no ver el dolor ni su huella indeleble entre los resquicios del tiempo, lejano ser?
Hay un espejo habitando en mis ojos, lo que veo lo devuelvo entre las gotas del agua que trae la niebla, lo que temo es expulsado en mi mirar y en los hechos de mis manos en la angustia que sin cesar emana de mis poros, temo lo que soy y lo que desconozco en mi, manifiesto en los demás.
Mi mano es el final de un brazo largo que tiene millones de años, la copa de un árbol que comenzó a crecer en la maleza inhóspita del inicio del tiempo, el resultado de la batalla infinita por crecer, ganar, vivir, no morirá su piel enjuta y gastada en mi estancia sino que en nuevas se esparcirá para habitar los instantes que no he de ver.
Soy el eco que desde el fuego primigenio ha traído la luz, todos somos portadores de esa luz vieja y fuerte que a cada instante transmitimos en nuestros actos y en nuestras palabras. Ser es evocar en el tiempo el reflejo de la luz primera, hacer imágenes en nuestros ojos de lo venidero, de lo pasado y de lo inconmensurable que abarca lo que está y no comprendemos.
Busco la vida que se arredra entre las fisuras, pugnando por sostenerse, en una lucha incansable, busco la planta minúscula que traba su batalla contra el medio opresor tan sólo para permanecer, en ella hallo al maestro de cuentas, al soberano que en su través me dejó su herencia milagrosa y desconocida, encuentro la palabra y la razón para ser, ella sostiene las razones para la vida misma, que yo no comprendo en toda su extensión.
Y en ocasiones, cuando inquiero razones, y me pregunto si los espacios en las estancias se agolpan en mi ser, o si mi tiempo prestado es para los hijos de la noche, cuando me pregunto razones para el bien y el mal y me siento pequeño para responder o tan sólo asimilar lo que es y lo que debería ser, este pequeño liquen tiene todas las respuestas en su ser diminuto...sólo debo prestar atención a su voz y su sapiencia, sólo debo escuchar los ecos que su vida hace resonar día tras día.