El Avatar
Mis manos estaban en un lugar; mi corazón en otro.
El intenso dolor pareció partirle el pecho, tan ingente era en su demoledor golpe que se sumió en una profunda inconsciencia sólo para no sentir, para escapar de su terrible naturaleza. Se había escondido de los dedos inquisidores de ese dolor, ahora tenía un lugar en el que reposar, ahora podría olvidar su cuerpo y centrarse en sus razones. Horas más tarde en el refugio de la inconsciencia, sin ver ni sentir sus miembros comenzaba a recordar en desorden sus hechos.
Había espaciosas aulas, esqueletos, cadáveres, ensayos, exámenes y diagnósticos, se recordó vistiendo los ropajes de gala de graduación.
Recordaba palabras y preceptos, hablaban las bocas de sus maestros, de sus padres, fluían despacio haciendo un sólido cimiento de hormigón sobre el que había edificado el curso de una vida, de una carrera... tu mano ha de ser para defender la vida...
Rememoró el día en que aceptó trabajar para la organización. Una gran empresa, con miles de empleados y ramificaciones en muchos lugares, estaba dividida en cuantiosas divisiones y tenía más de un centenar de años funcionando. Había trabajadores con hasta tres generaciones de predecesores que habían laborado para la firma.
El cambio siempre trae miedo. El nuevo jefe había llegado de un larga estancia en el extranjero, había heredado la corporación y esta ahora sería dirigida por su nueva visión, muchos temían ser despedidos, algunos esperaban con resignación, otros ansiaban la llegada del jefe, le habían conocido y esperaban de el sus cambios y visiones.
Todo había comenzado cuando el jefe había exigido a todos los empleados de la corporación participar en una serie de estafas, así como su silencio en relación con una serie de manejos turbios que incluyeron siete asesinatos.
Un grupo de trabajadores se había negado a trabajar bajo esas circunstancias. Invocando los valores más caros pidieron a quienes creían en la decencia que se unieran a su boicot. El jefe los identificó como los cabecillas, ordenó que los echaran de la corporación no sin antes ser marcados con un hierro al rojo en sus frentes. Estos actos de crueldad y barbaridad hicieron que una multitud de empleados pidieran ser echados y marcados igualmente. El jefe por toda respuesta ordenó en medio de risas y con mucha algarabía que se diera cumplimiento a la solicitud de los trabajadores, y que además se les quitarán sus casas y se les cerraran los créditos.
Muchos se fueron de la corporación, otros escribieron panfletos y pintaron consignas en los muros, él los vio trabajar en ello y les deseo suerte, sabía que había razón en sus palabras, que sus pasos eran rectos. Pero el tenía un hijo, esposa, tenía una casa que pagar, una trayectoria que cuidar. Así que se quedó laborando, después de todo esas eran cuestiones del sindicato, la ley podría ayudar a resolver el conflicto.
Con el paso del tiempo se recrudecieron las acciones, las cortes habían decidido que el jefe tenía la razón. Animado por esto el jefe amenazó a todos los que hablaran mal de él y de su empresa, decidió el retiro de los que protestaban y organizó el saqueo de sus casas, los más revoltosos fueron quemados en la plaza para escarmiento. Todo aquellos que no juraron lealtad incondicional al jefe fueron marcados con una cruz candente en sus frentes para ser reconocidos. Todo con el aval de las cortes.
Tenía el deber de defender la vida y ahora era testigo de su cruel terminación como mudo asistente a un funeral anunciado. Con los cambios en las organizaciones el fue movido de una unidad médica a una sección de administración. Estos cambios se hicieron frecuentes y aunque no tenían un sentido evidente nadie los protestó por miedo a ser despedido y marcado, había algunos empleados que confiaban en que aun cuando a ellos no les fuera dado entender las razones de los cambios lo importante es que el jefe si los tenía claros, para ellos eso era lo importante.
Le ordenaron comprar el combustible y la leña para las quemas, y obedeció, lo hizo bajo amenaza de ser despedido, sabiendo que en el instante en que transportaba su cargamento se había convertido en verdugo de muchos de sus antiguos compañeros. Su tristeza creció hasta lo indecible una semana más tarde cuando bajo las misma amenazas le ordenaron encender la hoguera en la que vivos estaban atados tres marcados. Vaciló un instante, el tiempo suficiente para haber arrojado lejos la tea y haber renunciado, pero el recuerdo de las marcas en el frente, de la indigencia, de los sufrimientos pudo más, se acercó, cerró lo ojos e ignorando los gritos de súplica acercó la tea ardiendo a los leños empapados en combustible y se hizo atrás.
Muchos de los marcados lo veían pasar en la calle, y un silencio arropaba esas miradas, algunos porque lo odiaban por apoyar el jefe y otros para no causarle la vergüenza y la posibilidad de que lo marcaran y despidieran también.
Ese silencio era el comienzo de su pesadilla, porque no sabía si el silencio con el que era rodeado estaba allí por odio o por apoyo. Era él quien debía dilucidar esa disyuntiva. Era el mismo silencio con el que se levantaba en las noches a pensar desde la comodidad del hogar que tenía en los marcados que había visto por las calles mendigar. Ese silencio estaba allí para recordarle que el era partícipe de esas muertes, de esos sufrimientos.
Y sabía que tal cosa no era aquello para lo cual había sido educado, que esa muerte era lo opuesto a la vida que había jurado defender, se sabía un traidor al sagrado juramento que había hecho alguna vez.
Pero el susurro de su hijo en sueños le hacía volver la mirada y al ver la tranquilidad que para el infante significaba su decisión lo tranquilizaba, lo había hecho por él, su sacrificio, si es que hubo alguno, había valido la pena.
Asesinar está mal, no había forma de cambiar eso, era algo claro, pero ser marcado en la frente, ser humillado, sometido al escarnio, privado de los bienes, casi obligado a mendigar era algo que tampoco estaba bien. Sentía en el fondo de su corazón que los marcados tenían razón, pero temía ser uno de ellos. Ahora sólo recordaba...
Recordaba a la muchacha que todas las tardes pasaba frente a su casa con un gato, no la conocía pero en su frente estaba clara la marca de esa cruz delatora, probablemente trabajada en otra ciudad, en algún remoto lugar para la corporación. Preguntó a algunos amigos si la conocían y le confirmaron que en efecto había trabajado para la corporación en otra ciudad.
Recordaba con claridad que uno de sus amigos, conocido común, le había confesado que la muchacha sufría muchas estrecheces por la falta de dinero. El jefe había movido sus influencias para evitar que alguien contratara a los marcados. Pero el la recordaba cantando y tranquila con su gato por la calle, ¿estaría fingiendo cada vez que salía?, ¿era posible tamaña actuación?, ¿No tendría como él pesadillas?, ¿no la molestaba su conciencia por los trabajos que pasaban sus hijos?, ¿no le increparían esos vástagos su descabellada decisión?
Recordaba como en un par de ocasiones pensó en hablarle, pero se contuvo ante la posibilidad de que ella fuera una de esas marcadas llenas de odio de las que tanto se hablaba dentro de la corporación, pero ¿y si no lo fuera? Ahora esa respuesta no tenía sentido, porque no se puede volver al pasado, lo hecho no se puede deshacer. A lo sumo se pueden tomar acciones que contrarresten un error en el pasado
Dejó esa pregunta sin respuesta, estaba tranquilo en su pacifico anonimato, sin cruz que lo distinguiese, tuvo su oportunidad de elegir y el había elegido lo correcto, su hijo estaba tranquilo, su casa estaba fuera de peligro, no como a algunos de los marcados que les habían quitados sus casas, otros no tenían con que comprar comida, el sabía que muchos marcados lloraban en soledad la torpeza de su decisión. Por los frutos los conoceréis, y los frutos que le rodeaban mostraban lo acertado de su elección.
Cada rostro que veía con la marca le recordaba la decisión que había tomado, el estaba limpio, su familia estaba bien, cada marca era una afirmación de barbarie de la que él había alejado a su familia, a dondequiera que fuera estaba ese recordatorio, podía aprender a verlo como una reafirmación de su valentía, podía olvidar que encendió la hoguera en la que murieron esos tres, nadie lo perseguía para reprocharle. Estaba limpio de culpas.
Pero en medio de su noche el recuerdo de los gritos le despertaba, jamás podría engañarse a si mismo, jamás podría cambiar uno sólo de los designios que había aprendido, aquellos estúpidos rezos infantiles se abalanzaban sobre él como fantasmas inmortales para no dejarle un respiro de paz, era increíble como sobrevivían incólumes tantas décadas. ¿qué escondían esas viejas palabras para acusarlo, para no poder olvidarlas? ¿cuál era el origen de ese “no mentirás”, “no robarás” y “no matarás” que tan vehementemente se resistían a cualquier revisión?
¡Quien fuera como uno de los seguidores del jefe!, uno de esos incondicionales que ejecutan todas la órdenes obedientemente sin mirar a un lado, rápido, limpio y directo, sin que les moleste su conciencia. Envidiaba la entereza que muestran, o tal vez la impresión que dan de tener una fuerte convicción, pero el corazón del hombre es un misterio insondable, jamás tendría la seguridad de que en realidad no sienten remordimiento, de que no dudan. Quizá le hacía falta ese odio ancestral y vehemente, sordo y profundo en su penetrante nitidez que tenían, o manifestaban tener, algunos de los seguidores del jefe.
O envidiaba la entereza con la que lo marcados mendigaban pero no bajaban sus rostros, la fortaleza que les impulsaba, o pretendían tener, esa con la que rechazaban las ayudas del jefe para unos pocos pero que hubiera significado darle la espalda a todo aquello en lo que habían manifestado creer, la misma con la que los más atrevidos tildaban de cobardes a quienes no habían defendido sus mismos valores. Si existiera una píldora para tener esa vehemencia, para correr bajo una bandera cuantas hubiera tomado.
De vuelta a la conciencia el dolor seguía allí, ¿es que acaso los tratamientos no habían servido?, ¿dónde estaba que no podían mitigarle un dolor de pecho?, ¿por qué lo habían dejado tan sólo que no le era posible franquear la puerta hasta la plena conciencia?, ¿a donde lo habían llevado? ¿a dónde se habían ido todos? Se volvió a sumir en la penumbra del no saber, para no sentir.
Yo se que he tomado la mejor decisión, sin embargo, siento también que los marcados tienen la razón cuando sostienen que el jefe es arbitrario, ¿dónde termina esa sensación y comienza la convicción? Saber es distinto a tener una seguridad, cada vez que recibo el salario que la corporación le entregaba sentía que hundía en el desprecio a sus antiguos compañeros. Una vez me encontré con uno mendigando que me dijo que prefería estar allí y no ayudando a un arbitrario, ladrón y asesino. Pero esa vía de enfrentarlo frontalmente no ha dado buenos resultados, nada hago con perderlo todo en nombre de una razón, debo asegurar mi subsistencia antes de defender las causas más nobles.
Fue cuando vi las órdenes de pago al grupo de asesinos para que eliminaran a los cabecillas de lo que el jefe denominaba la rebelión cuando adquirí plena conciencia de la clase de personaje que era el jefe. Supe en ese momento que el jefe no se detendría ante nada para conseguir sus objetivos.
No supe en realidad cuales eran las intenciones del jefe, en una corporación tan grande jamás lo había visto, se reunía a otro nivel mucho más arriba del mío, pero si de algo estaba claro es que esas ordenes de ejecución sumaria iban absolutamente en contra del juramento que hice de defender la vida. Quizá sólo quería hacer alarde de su poder, lucirlo ante los demás, mostrar su fortaleza, solazarse en dar órdenes que hasta el mismo sabía bárbaras, pero que eran ejecutadas por sus seguidores más fieles, quizá eso le producía un inenarrable placer.
Lo más duro había sido cuando me ordenaron encender la hoguera y matar a tres personas, se que la corporación lo hizo sólo para probar mi lealtad al jefe, no se como cedí, pero una vez hecho no hubo lágrima que no derramara, me habían convertido en un asesino como ellos, sólo por el placer de estar seguros, y yo aún cuando tuve oportunidad no me alejé, el miedo me paralizó, ahora se que merezco el desprecio de los marcados.
Eso me movió a acercarme una noche a una reunión de los marcados, embozado pretextando frío, me senté de último para no ser identificado por los marcados ni por algún espía del jefe que estuviese en las cercanías.
Hablaron de las necesidades que atravesaban, de las penalidades del terrible dolor de haber sido marcados con hierros candentes como ganado, de los crímenes del jefe, de cómo había comprado a policías, jueces y verdugos. Compartieron vivencias para subsistir, escribían poemas a su fortaleza, se daba ánimos. Había testimonios de cómo habían superado los bloqueos, de cómo en medio de la estrechez habían ejercido su libertad.
Hacía algunos meses había estado reunido con algunos marcados, me había disfrazado como uno de ellos, me tomó dos semanas perfeccionar la prótesis con la cicatriz en forma de cruz. Era peligroso, estaba consciente de ello, si alguno de los empleados del jefe me llegaba a ver con ellos sería marcado también, sería execrado, perseguido y hasta puede que quemado. Me asustaba mucho ir y venir a las reuniones, temía que se me cayera el disfraz y alguien me reconociera, los marcados también podrían atacarme, había escuchado que el jefe había puesto informantes ocultos en cada esquina para saber que hacían los marcados. Pero no tenía la certeza de que fueran ciertos esos comentarios, escuché que muchos marcados mentían para exagerar, y personalmente aprobé el pago para algunas campañas del jefe para regar rumores. Me era literalmente imposible saber que informaciones eran ciertas y cuales no.
Volvía al trabajo asustado de que me desubrieran, cada guardia que veía me parecía una presencia amenazante, trabajaba para algo que mi conciencia ya me decía a gritos que era terrible, injusto y humillante. Llegue a pensar que con el trabajo de mis brazos fortalecía al jefe y su maquinaria, que con mis obras hacía más poderoso al jefe; pero bien sabía que eso era ridículo, el trabajo de mis brazos era para alimentar y criar a mi hijo.
Sin embargo, en la soledad de mis noches repasaba cuantos denarios había autorizado para secuestros, extorsiones y asesinatos, mi trabajo no era barrer las calles, o pintar las calzadas, era apuntalar las actividades del jefe, si las intenciones del jefe eran perversas mi trabajo era asegurar que sus perversiones se ejecutaran.
¿Debo renunciar?, ¿y si me marcan al igual que si me hubiera unido a la rebelión?, ¿cómo me veré mendigando como un marcado?, ¿me aceptarían los marcados si un día me presento ante ellos marcado después de tantos meses?, ¿me gritará mi hijo cuando no pueda comprarle juguetes o comida? ¿seré capaz de soportar ver los ojos de mi hijo preguntarme por qué de un día para otro todo había cambiado?, ¿qué le puedo decir, yo que todo lo he arriesgado y trabajado por él? Lo mejor será permanecer en el trabajo y asegurar la estabilidad de mi familia, de seguro cuando el niño crezca me estará infinitamente agradecido por lo que hoy en día estaba haciendo; ¿eso incluirá mi responsabilidad en los asesinatos?, ¿no ocurrirá más bien que me reclame mi participación en ellos? Esa sería una insolencia de su parte, yo estuve sufriendo este dilema por él, no tiene derecho a decirme eso. En todo caso es mi vida y no la suya.
Leí una vez una novela en la que el protagonista es un agente infiltrado dentro de una organización gubernamental, y sale victoriosa su causa, pero la novela no decía nada sobre como se sentía el personaje con esas dos visiones de si mismo, nada cerca de la forma como manejó su conflicto interno, su adhesión aparente a dos bandos, como se hacía creer por ambos lados en pugna. Después de todo el personaje no tenía hijos.
Estaba haciendo algo insólito, de no ser creído, pero allí estaban desfilando una a una, en orden exacto, las palabras leídas en uno de los encuentros de los marcados:
“Ha pasado el tiempo, con la inexorable marcha de sus minutos; en cada uno de ellos he puesto a prueba esto por lo que llevo la marca en mi frente. He rehusado el inclinar mi cabeza ante la injusticia, y ello ha significado enterrar a mis amigos, mendigar en los callejones y perder la gracia que nimbaba mi nombre.
Es terrible entender que todo aquello que una vez creíste sólido y profundo se ha evaporado, que quienes pretérito estaban contigo ya no te acompañan más, llegar a tomar conciencia de lo intrascendente que eres sin tus símbolos de estatus.
Cuando se llega a la terrible certidumbre de que no se vale nada, de que todo lo que se piense o se exprese, todo lo que se haga, no bastará para mover un milímetro el curso de la historia ¿nos sentimos profundamente heridos y dolidos de nuestra condición de individuos.
¿Qué haré cuando esté pleno de esa certidumbre?, ¿en que brazos me refugiaré?. ¿cuál habrá de ser el bastión para alguien que quiso hacer suya la historia, alcanzar la trascendencia y que en cambio se sabe condenado al olvido, la ceniza y el despojo? ¿cómo habré de restañar esas profundas heridas?, ¿de qué forma podré ver al rostro de quien me las infligió y perdonarle? ¿cómo construyo dentro de mi un sitio de solaz en el que poder llorar mi soledad, ponderar el peso de mi decisión para templarme y hacerme hombre, un lugar para construir ese perdón profundo y sólido que me redima del dolor y la angustia?
Dicen los orientales que la deidad desciende a los hombres cada cierto tiempo para recordarles el sendero de vuelta a sus fuentes. Y que les pone obstáculos para hacer que al transitarlo los hombres hagan perfecto su sendero, buscar en medio de la vicisitud que tal sería el destino de la humanidad. ¿cuál habrá de ser el mío en medio de esta batahola de horas y leguas?
Hay un abismo infinito que no quiero salvar, tengo en mis venas el curso de una historia que cuidar, traigo el semblante marchito de pasar las páginas, de mirar tantas veces la miseria, la noche, la destemplanza.
Tal vez sea la humana y egoísta vanidad lo que impulsa mi deseo. ¿Era eso lo que necesitaba aprender?, ¿que del mismo como el anhelar riqueza, la búsqueda de la trascendencia sea una vana operación de la conciencia humana. Que igual que el oropel y la fastuosidad comprada con monedas los reconocimientos los halagos y el protagonismo eran igualmente fatuos? Si el ser historia me lleva indefectiblemente hacia la tumba ¿cual será el sendero que sea mi salvación?, ¿dónde está la fuerza en que me apoyaré para seguir defendiendo la verdad que se y para validar los preceptos que me han enseñado y que ha visto como buenos?
Tengo un nombre que me hace único, una condición que me hace irrepetible, y tengo el compromiso de cuidar ese nombre para las futuras generaciones. No he acumulado riquezas, y todo lo que puedo legar es un nombre limpio para mis hijos, unas obras ante las cuales no tengan que avergonzarse. La obra de mis manos es el cimiento para que puedan construir sus vidas.
Tengo miedo de dejar de ver a aquellos que han apoyado con su aplauso y su silencio el crimen gigantesco que nos ha envuelto, miedo de que llegue el día en que termine todo y ya no recuerde sus nombres, sus rostros, su forma, miedo de que sean reducidos a cenizas del recuerdo, vivos pero ignorados otra vez en medio de sus miserias y sus angustias como patrimonio, como si les pertenecieran en exclusiva cuando todos tememos esos días que no han despuntado.
He sido despojado de tantas cosas que la cuenta se me ha hecho infinita, cuando recuerdo todo aquello de lo que ahora carezco siento en su pesada dimensión lo fatuo de tanto en lo que me había soportado.
¿Qué será de un hombre que pasa por alto aquello que debía aprender de sus circunstancias? Tengo tantas interrogantes y tan pocas respuestas. Yo dudo, yo vacilo, cada día debo buscar en la profundidad de mi ser la razón que me apoya, me nutre y me hace ir en pos de aquello en lo que creo. Pero cada vez que encuentro una respuesta para esas dudas salgo más fortalecido, y los cimientos en los que me muevo se hacen más firmes. Sí, yo vacilo y de esa dubitación hago pilotes en los que sustentar lo que hago, digo y defiendo.
Batallo por no ser poseído de la rabia desesperada, por no creer que aquellos que han quemado a otros en nombre de sus ideas lo han hecho siguiendo una convicción, sino por estar equivocados, porque lo contrario sería perder mi fe en el hombre encargado de defender la creación y la vida. Enfrento mis miedos, lucho para no ser devorado por la rabia sorda, soy herido por las fauces de esas fieras, cada noche libro mis batallas y termino tendido en medio de heridas, vendas y contusiones, sin saber si he ganado o he sido derrotado.
Y por la mañana, escondo mis lesiones para no asustar a los demás, no sonrío, pero tampoco me muestro herido, restaño mis úlceras para que no se vean, espero que nunca las toque el sol para que no hieran los ojos de quienes dolidos buscan consuelo y no ser espantados por lo que pueden ver como un macabro destino.
¿Cuál es, amigo, mi sendero? Tengo tus palabras y aún así no se como lidiar con estos monstruos que pugnan por carcomer mis cimientos, tengo diademas que orlan mi frente pero han sido arrebatadas por huestes de desaforados. Busco una razón que se hace escurridiza, porque no me aferro, porque siempre pido explicación, siempre pido evidencias y no me nutro con palabras.
Comparto mi condición humana con tantos otros que se tienen las mismas dudas, los mismos miedos, las mismas esperanzas y desilusiones que sé, se debaten interiormente como yo lo hago, pero de las bocas no brota una palabra que tienda un puente entre los mundos que nos han sido presentados como irreconciliables. Me siento ignorante acerca de mundo y visiones, son tantas las cosas que no se sobre mi propia condición que es difícil esperar que pueda acercarme a entender a otros. ¡qué contrasentido! No te entiendo porque soy igual a ti.
Me habitan la fortaleza y la gracia, pero también el temor y la duda, soy claridad y firmeza, pero también maldad y terror, prodigo caricias con mis manos pero igual golpeo tengo en fin dentro de mi estos polos que ha sido pregonados como opuestos. ¿No ocurrirá por ventura que los dos mundos que me han sido presentados como rivales no sean sino las
caras de una misma moneda cuyo valor alguien quiere apropiarse con esa separación ficticia?”
-¡Se va!, ¡cinco miligramos de epinefrina endovenosa!
Había escuchado en un instante el rápido grito, ese breve instante que como una ventana se había abierto para comunicarle con el mundo, y lo que escuchó le estuvo martillando la conciencia por largos minutos, quizá horas. Ahora tenía la certeza de donde estaba y de que le había ocurrido, casi de cual era su estado. Pero sólo escucho esa frase, antes de que un brusco movimiento lo volviera a aislar de la realidad.
¿Quien hubiera dicho que tras su tranquilo rostro, de su placida morada y su pausado hablar se reventaría su corazón? Tal vez había sido demasiado rígido consigo mismo, quizá debió obedecer más sin pensar, pero pensar era el legado más sagrado que tenía, lo que le diferenciaba de los animales, pensar era pondera el valor de los actos, pasar por una criba cada cosa, ubicarla en una escala de valores.
Quizá debió haberse alejado de todo esto, el corazón de un hombre no pueden ir hacia un camino mientras sus pensamientos van en otro, ni las manos harán un buen trabajo ni la mente tendrá la satisfacción de saber que se hace algo para bien.
Pero todo era ya pasado, su ahora era esa densa niebla de obscuridad en la que sólo le dolía el pecho, afuera estaban los médicos trabajando para mantenerlo con vida, ¿qué sería de su familia?, ¿le daría la corporación una compensación a su esposa por servicios prestados?, ¿qué diría su hijo? Temía de sobremanera que le increpara su decisión, había sido suya y él no tenía parte en ella, ese sería el inicio de una amarga discusión y quien sabe de una ruptura. ¿Qué dirían de él sus compañeros de la corporación?, ¿Que decisiones tomarían al ver su estado? ¿se imaginarían por qué le había pasado esto?, ¿cuánto tardaría en recuperarse?, ¿y si pasara años en esa condición y al despertar sea un viejo y su esposa se había vuelto a casar? ¿por qué precisamente a él?. ¿Habría velado la corporación por su salud?, ¿a qué hospital lo habían llevado?, ¿lo estarían atendiendo bien?, ¿cómo será el personal?, ¿cómo estará su familia?...Seguía acumulando las preguntas como cuentas de un largo rosario, la aguas de la historia no vuelven a su cauce, son nuestras decisiones las que discurren su fluir ya que no hay avatar que marque la línea de su senda.
Mientras su cuerpo yacía allí, en medio de esa sala de inmaculada blancura; absorto, sin poder ver, escuchar o sentir, encerrado en sus pensamientos, sin saber cuando terminaría su pesadilla, cuando volvería a tocar a sus seres queridos, qué estaba pasando, cuando cesaría el sufrimiento o cuando despertaría de nuevo.